Constituido como un municipio dentro de
la capital cubana, se trata casi de una ciudad aparte, estratégicamente situada
entre la Habana Vieja y el Vedado. Una especie de transición entre la parte
antigua y la moderna. Entre el paseo del Prado y la Rampa existe un mundo de
calles estrechas, de edificios de dos o tres plantas donde late la auténtica
vida habanera. Barrio obrero, desde muy temprano estas arterias urbanas se
llenan de gente y los artesanos y vendedores se asoman a la puerta de sus
casas, al mismo tiempo que las bici-taxis –aquí llamadas coco-taxis- toman las
calzadas al ser el transporte más utilizado. Los turistas no suelen internarse
por este barrio del siglo XVIII pero su visita resulta imprescindible si se le
quiere tomar el pulso a la ciudad y es ideal alojarse en una de sus casas de
renta, compartiendo la vida diaria con sus vecinos.
Es imposible no emocionarse ante la
riqueza del patrimonio arquitectónico de La Habana Centro. Ante sus majestuosos
palacios, balcones, ricas obras de hierro forjado, avenidas porticadas, allí
donde se hace realidad el apelativo de “ciudad de las columnas”. Y todo ello en
un contexto de mestizaje único entre la tradición española y africana.
Pero al mismo tiempo esta ciudad refleja
también como pocas todas las contradicciones de su convulsa historia. A pocos
metros de magníficos palacios coloniales restaurados nos vemos inmersos en un
mundo donde la decadencia es más que visible. En algunas zonas nos encontramos
un escenario de escombros, casas apuntaladas y edificios desmoronados. Parece
que ha pasado un terrible siniestro ante inmensas casas a punto de desplomarse
La falta de mantenimiento, ante las
dificultades que atraviesa el país, el paso del tiempo, la humedad y la
superpoblación que soportan explican esta situación. Tras la revolución estas
casas fueron ocupadas por nuevas familias al abandonar el país sus antiguos propietarios.
Cada vez que alguien llega se dividen las habitaciones y con el tiempo se
subdividen entre varias generaciones de la misma familia. Todo ello fue
originando una reducción de espacios y de las condiciones higiénicas. Y en esta
situación se acometieron algunas obras de ampliación, las llamadas barbacoas,
que son en realidad buhardillas, pero que producían nuevas grietas en estas
antiguas casas coloniales. Muchas de estas calles van a parar al Malecón, donde
además ataca la humedad.
Sin embargo, en este barrio obrero y
humilde reside el alma habanera. El verdadero escaparate, junto al Malecón, de
la ciudad. Los ritmos y la música caribeña resuenan desde los patios interiores
de estas casas, donde conviven las familias, y se dejan oír mientras
paseamos. Constituye toda una
experiencia recorrer estas calles a cualquier hora del día o de la noche y
detenerse a hablar con su gente. La Habana no deja a nadie indiferente.
Sería necesario recuperar su riqueza
arquitectónica con la restauración que necesita esta ciudad declarada
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En 2019 La Habana cumplirá 500 años y ya se han puesto en marcha algunas iniciativas porque parece un buen momento para acometer ese plan integral que le devuelva su
antiguo esplendor.
Una parte de reportaje fotográfico de esta ciudad única, realizado en julio de 2017, lo hicimos en uno de los corazones de
este barrio, concretamente entre las calles Campanario y Lealtad, un domingo con las primeras luces del día para retratar también la ciudad desnuda, con las calles y edificios lejos del bullicio diario.
Como siempre magnífico e inapelable tu rigurosidad. Gracias
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