sábado, 28 de septiembre de 2013

Colmar (Alsacia francesa)



No sabemos si Colmar ha salido directamente de un cuento, o más bien es precisamente esta ciudad alsaciana la que los inspira. Porque todo en ella evoca esos relatos que tantas veces hemos leído en los libros o visto en las películas. Sus calles, plazas, los colores de sus casas con entramados  de madera y geranios en las ventanas, sus tiendas, fuentes o canales parecen lugares de fantasía que nos transportan inexorablemente a esas historias inspiradas en los cuentos tradicionales centroeuropeos. Su entorno privilegiado contribuye también a esa sensación, ya que esta ciudad, capital del departamento del Alto Rin, está situada en medio de un valle montañoso, junto a la frontera alemana, en el corazón de la ruta del vino de Alsacia. A pesar de los conflictos mundiales que ha contemplado, milagrosamente su casco urbano se ha conservado en su integridad, como se refleja en sus edificios de estilo gótico alemán y renacimiento. Su centro histórico gira en torno a la plaza de la catedral, repleta de edificios del siglo XVI, y muy cerca de allí, la maison Pfister, con una esbelta torrecilla con escaleras y una fachada que se ha convertido en el símbolo de la ciudad, y el museo del escultor local Barthoidi, creador de la Estatua de la Libertad.
        Pero todos los caminos nos llevan hacia el sur de la ciudad, hacia lo que hoy se conoce como la Pequeña Venecia, un antiguo puerto fluvial que recorre el pintoresco barrio de canales. Pasearemos por el muelle de los pescadores y el barrio de los curtidores, punto para iniciar un imprescindible recorrido en barco. No podemos dejar de navegar por estas vías fluviales que utilizaban los mercaderes para transportar sus mercancías, entre árboles y estrechos túneles, donde a veces es preciso agacharse para superarlos. El paraíso de los fotógrafos, porque todos querrán llevarse para siempre estos paisajes de cuento.









































































































jueves, 19 de septiembre de 2013

Camino de Santiago Primitivo (I) Oviedo-Campiello.


Se trata del primero de los caminos de Santiago del que se tiene constancia ya que fue utilizado por el rey Alfonso II El Casto de Asturias, en el siglo IX, para acudir a Compostela poco después del descubrimiento de la tumba del apóstol. Se ha intentado mantener el mismo itinerario de esa primera peregrinación y en líneas generales reproduce fielmente el original, partiendo de Oviedo y enlazando con el camino francés en Melide. Las zonas boscosas y de difícil tránsito han sido limpiadas para habilitar este sendero entre montañas y valles siempre verdes. Está bien indicado con las flechas amarillas y las características conchas asturianas en sentido inverso y hoy día, tras muchos años de olvido, se ha convertido en un camino alternativo que cobra cada vez más fuerza entre los concheros.

Pero antes que nada es preciso tener en cuenta algunas cuestiones. En primer lugar no puede ocultarse su dureza. En el Primitivo no existe tregua, es un continuo sube y baja entre montañas, en muchas ocasiones por encima de los 800 metros. También hay que incidir en el hecho de que en algunos tramos nos encontraremos sin servicios ni infraestructuras. Porque hay que efectuar la travesía sin que tengamos posibilidad de pertrecharnos de avituallamiento, al pasar por pequeñas aldeas que no tiene bares ni comercios, por lo que debemos ser precavidos y comprar víveres con anterioridad. Es lo que pasa en los caminos alternativos, que a veces hay que cargar con la comida con el consiguiente aumento de peso. Lo mismo pasa con los albergues, ya que no abundan y hay que programar muy bien las etapas. Tras un esfuerzo muy grande por parte de las autoridades y las asociaciones de amigos del camino para evitar el asfalto, se combinan todo tipo de senderos, trochas o veredas, a veces pedregosas. El barro, es otro problema casi todo el año. En resumidas cuentas, para acometer con éxito este itinerario hay que programar bien las etapas y dosificar los esfuerzos.

Pero todos estos inconvenientes no deben ser motivo para renunciar a disfrutar de uno de los caminos más hermosos. Se cruza la parte oriental de Asturias, la más desconocida y profunda, en una sucesión constante de bosques, ríos, valles y aldeas. El corazón de la España más verde. En todo momento evoca paisajes y encantos rurales. Los que busquen la soledad encontrarán aquí el lugar perfecto, muy alejado de la masificación del francés. Un amplio horizonte para disfrutar de estos caminos buscando el equilibrio y la armonía que sólo se encuentran cuando caminamos en plena naturaleza. Pero si uno quiere compañía, al ser muy limitadas las posibilidades de alojamiento, también la encuentra porque suelen coincidir las mismas personas al final de cada trayecto, con lo que se refuerzan los lazos con otros peregrinos, asemejándose a una familia en constante movimiento. Aunque, este panorama idílico que acabamos de dibujar puede verse algo alterado durante los meses de verano, debido al enorme tirón que ha ido adquiriendo este camino y se puede dar el caso, como nos ha ocurrido, de no tener garantías de encontrar un albergue con plazas libres, por lo que a veces es obligatorio continuar caminando.
El Primitivo tiene unos 250 kilómetros de caminos rurales por Asturias y Galicia. En esta ocasión nuestra ruta se ha limitado a la parte asturiana, a la que discurre por los concejos de Las Regueras, Grado, Salas, Tineo, Pola de Allande y Grandas de Salime. Desde Oviedo hasta Grandas de Salime, casi en el límite con la provincia de Lugo. En esta primera parte nos vamos a ocupar de las etapas que nos conducen hasta la aldea de Campiello.

Por otra parte, al iniciar nuestra ruta delante de la catedral de San Salvador, en Oviedo, no pudimos evitar acordarnos de nuestra amiga Lola, asturiana, que desde hace años viene recordándonos aquello de que “Quien va a Santiago y no visita al Salvador, va a casa del criado y no visita al Señor” y que ahora vemos reflejado en varias leyendas. En esta ciudad, conocida también por sus esculturas, tenemos que seguir las conchas de bronce indicativas del camino pegadas en el suelo que nos conducen hasta el barrio de La Florida y muy pronto, sin transición, no encontraremos en medio de prados verdes. Una sensación agradable el vernos de repente rodeados de árboles centenarios que nos acompañarán desde el primer momento. Aunque es cierto que el tramo hasta la localidad de Premoño se hace un poco largo, sobre todo en su rampa final. Después divisaremos el río Nalón, el más caudaloso de este Principado, pero resulta algo pesado el tramo que discurre entre Peñaflor y Grado porque aquí no existen árboles y lo atravesamos a la hora de máximo calor.

Grados es un importante centro con un interesante patrimonio arquitectónico que apenas pudimos admirar porque, inexplicablemente, carece de albergue. Aunque sí paramos en una de sus sidrerías a la salida de la población. Para encontrar un albergue hay que salirse un poco del camino oficial, hasta San Juan de Villapadaña, pero si no quedan plazas, como nos ocurrió, hay que continuar hasta el alto de Cabruñana, que suele ser el último recurso de los caminantes. Enfrentados a la realidad del camino primitivo, fue un día largo y con un calor que no esperábamos. Y desde luego un aviso para caminantes porque esta etapa no engaña a nadie y muestra a las claras lo que va a ser el camino. Al final de la jornada, ya en Cabruñana, nos enteramos del terrible accidente ferroviario de Santiago que fue recibido como un duro golpe por muchos peregrinos que dirigían sus pasos hacia aquella ciudad.

En Cornellana hay que atravesar el salmonero río Narcea y hacer una parada en el monasterio de San Salvador. Puede ser también una parada gastronómica porque allí nos recomendaron probar una especia de galletas típicas de la zona conocidas como “carajillos del profesor” y unos bollos de pan relleno. Después de atravesar una sucesión de pequeñas aldeas se llega a la ciudad de Salas que constituyó toda una sorpresa por su monumentalidad y la belleza del entorno natural de esta ciudad típicamente asturiana. Merece la pena guardar fuerzas para visitar el arco y su torre medieval, su palacio, iglesias, barrios de casas de colores y su paseo fluvial. Además aquí podemos encontrar el ambiente y el calor jacobeo, con bares que ofrecen el menú del peregrino, como Casa Pachón, y un magnífico albergue, La Campa atendido por Miguel, el hospitalero, que nos ganó a todos por su atención a los caminantes y el magnífico desayuno que nos preparó. Con las fuerzas recuperadas, ¡Ultreia ..! a seguir el camino de las fechas amarillas.

El primer tramo del camino hacia Tineo no deja de sorprendernos, atravesamos bosques de galerías y paisajes donde se condensan todas las bellezas del camino primitivo. Siempre en paralelo al río Nonaya, se va ascendiendo en medio de robles y castaños. Hasta que, tras un fuerte repecho final, al levantar la vista nos encontraremos con la nueva autovía Oviedo- La Espina (A-63), que ha cambiado el paisaje al pasar por encima del camino y cuyas obras han amenazado gravemente algunos tramos. Bodenaya es otro hito de la ruta, con un albergue muy apreciado por los caminantes. La Espina y El Pedregal nos reconcilian definitivamente con el mundo rural y verde. El paisaje es ahora más variado, salpicado de hórreos, bosques y ríos. Así hasta Tineo, otro importante enclave que hay que patear obligatoriamente sacando fuerzas de donde sea. Sin embargo, el albergue municipal necesita mejorar mucho sus servicios para atender adecuadamente a un número de caminantes que no para de crecer.

A la hora de salir de Tineo nos volvieron a surgir las dudas acerca de qué variante tomar para continuar nuestro camino. Las dos opciones que se nos presentaban eran alargar la etapa hasta la Pola, o bien acortarla en Borres para abordar al día siguiente la siempre difícil ruta de Hospitales. Allí nos convencieron de manera vehemente de que por nada del mundo debíamos perdernos ésta última. El fresco y la lluvia de la mañana nos acompañaría durante la primera parte del recorrido por bosques frondosos. Esa lluvia, cada vez más fuerte, nos hizo desistir incluso de llegar a Borres por las limitaciones de su albergue y porque ya no nos quedaba ropa seca, y ello nos decidió a acortarla aún más para hacer parada y fonda en Campiello Aunque antes se puede visitar el monasterio de Obona, hoy día en completo abandono, para lo que hay que salirse un poco del camino. Etapa corta, por tanto, pero la berza que nos prepararon en Casa Herminia fue todo un homenaje y pudimos recuperar fuerzas y lavar y secar toda la ropa. Además, tuvimos la oportunidad de asistir a una competición de bolos celtas con la participación de jugadores de todo el concejo. Este día tranquilo nos vendría bien para atacar con garantías al día siguiente lo que ya se ha convertido en una de las etapas más emblemáticas del Primitivo. Todo un reto por zonas despobladas, en soledad, expuestas a fuertes vientos y que describiremos en la segunda parte de esta entrega.