martes, 25 de julio de 2017

Valle de Viñales, Cuba

  
Las tonalidades del verde van cambiando gradualmente conforme nos vamos acercando. Y la primera visión, desde el mirador de Los Jazmines, quita el aliento. Todo invita a no interferir en esta naturaleza en estado puro; por lo que el silencio parece obligado. Esta complicidad hace que en el valle de Viñales nos sintamos por unos segundos como en el jardín del Edén. Ante nosotros un mar verde en el que se van alternando palmerales, campos de tabaco y montañas muy antiguas cubiertas de vegetación que parecen panes de azúcar.  Los famosos mogotes son como pequeños promontorios redondos que pueden adoptar una diversificación de formas.
Tenemos la impresión que ya hemos estado aquí antes. Este paisaje lo hemos imaginado alguna vez. Es como un dibujo que nos retrotrae a muchos años atrás, al territorio de la infancia. Todo es tan perfecto y sobrecogedor, que nos parece que allí abajo no vive nadie. Pero la vida fluye bajo ese manto verde. Las tierras rojizas marcan los caminos y existe un ir y venir constante de campesinos con sus tiros de caballos. Y a poco que nos vayamos acercando veremos los distintos tipos de cultivos. Las cabañas son secaderos de tabaco.
Los mogotes parecen formaciones geológicas muy frágiles y la erosión ha abierto cavidades subterráneas. Por lo que en su interior existen largas galerías y discurren ríos con cascadas. En este sentido visitamos las Cueva del Indio, donde una lancha nos lleva por su río subterráneo, y la de San Miguel. Tampoco hay que perderse el denominado Mural de la Prehistoria, un gigantesco fresco pintado en una roca. 

El valle de Viñales y las sierras que lo rodean fueron declarados por la UNESCO en 1999 Patrimonio Natural de la Humanidad. Se encuentra en la parte occidental de la isla de Cuba, en la provincia de Pinar del Río, a unos 180 kilómetros al oeste de La Habana. Su centro neurálgico es el municipio del mismo nombre que se ha convertido en uno de los principales centros turísticos cubanos. 









































































martes, 18 de julio de 2017

La Habana Centro, un barrio colonial que busca su antiguo esplendor



Constituido como un municipio dentro de la capital cubana, se trata casi de una ciudad aparte, estratégicamente situada entre la Habana Vieja y el Vedado. Una especie de transición entre la parte antigua y la moderna. Entre el paseo del Prado y la Rampa existe un mundo de calles estrechas, de edificios de dos o tres plantas donde late la auténtica vida habanera. Barrio obrero, desde muy temprano estas arterias urbanas se llenan de gente y los artesanos y vendedores se asoman a la puerta de sus casas, al mismo tiempo que las bici-taxis –aquí llamadas coco-taxis- toman las calzadas al ser el transporte más utilizado. Los turistas no suelen internarse por este barrio del siglo XVIII pero su visita resulta imprescindible si se le quiere tomar el pulso a la ciudad y es ideal alojarse en una de sus casas de renta, compartiendo la vida diaria con sus vecinos. 
Es imposible no emocionarse ante la riqueza del patrimonio arquitectónico de La Habana Centro. Ante sus majestuosos palacios, balcones, ricas obras de hierro forjado, avenidas porticadas, allí donde se hace realidad el apelativo de “ciudad de las columnas”. Y todo ello en un contexto de mestizaje único entre la tradición española y africana.
Pero al mismo tiempo esta ciudad refleja también como pocas todas las contradicciones de su convulsa historia. A pocos metros de magníficos palacios coloniales restaurados nos vemos inmersos en un mundo donde la decadencia es más que visible. En algunas zonas nos encontramos un escenario de escombros, casas apuntaladas y edificios desmoronados. Parece que ha pasado un terrible siniestro ante inmensas casas a punto de desplomarse
La falta de mantenimiento, ante las dificultades que atraviesa el país, el paso del tiempo, la humedad y la superpoblación que soportan explican esta situación. Tras la revolución estas casas fueron ocupadas por nuevas familias al abandonar el país sus antiguos propietarios. Cada vez que alguien llega se dividen las habitaciones y con el tiempo se subdividen entre varias generaciones de la misma familia. Todo ello fue originando una reducción de espacios y de las condiciones higiénicas. Y en esta situación se acometieron algunas obras de ampliación, las llamadas barbacoas, que son en realidad buhardillas, pero que producían nuevas grietas en estas antiguas casas coloniales. Muchas de estas calles van a parar al Malecón, donde además ataca la humedad.
Sin embargo, en este barrio obrero y humilde reside el alma habanera. El verdadero escaparate, junto al Malecón, de la ciudad. Los ritmos y la música caribeña resuenan desde los patios interiores de estas casas, donde conviven las familias, y se dejan oír mientras paseamos.  Constituye toda una experiencia recorrer estas calles a cualquier hora del día o de la noche y detenerse a hablar con su gente. La Habana no deja a nadie indiferente.
Sería necesario recuperar su riqueza arquitectónica con la restauración que necesita esta ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En 2019 La Habana cumplirá 500 años y ya se han puesto en marcha algunas iniciativas porque parece un buen momento para acometer ese plan integral que le devuelva su antiguo esplendor.  

Una parte de reportaje fotográfico de esta ciudad única, realizado en julio de 2017, lo hicimos en uno de los corazones  de este barrio, concretamente entre las calles Campanario y Lealtad, un domingo con las primeras luces del día para retratar también la ciudad desnuda, con las calles y edificios lejos del bullicio diario.