En pocas
ocasiones podemos ser testigos de un estado de euforia colectivo como el que
vivimos en la ciudad de Burdeos con motivo de la celebración de la conquista
del mundial de fútbol por parte de Francia. Dos décadas después, las principales ciudades
del país vecino volvieron a llenarse de gente para celebrar su segundo título.
Los atónitos visitantes no habíamos visto nada igual porque parecía que
absolutamente todo el mundo se había echado a la calle. Es difícil hablar de una zona concreta porque la ciudad entera reflejaba euforia por los cuatro costados.
Imposible escapar. Desde la zona portuaria con sus majestuosos y armoniosos edificios de elegantes fachadas a orillas del Garona hasta la
plaza de la Victoria. Monumentos y mobiliario urbano de todo tipo eran utilizados por la gente para encaramarse y gritar más alto que nadie. Algunas escenas,
como las de la fuente de la plaza de la Bolsa abarrotada de gente enarbolando
la bandera tricolor parecían retrotraernos a otras épocas cuando esta enseña
presidía a unas multitudes que gritaban los lemas de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
En Burdeos
nadie quiso quedarse en sus casas porque todo el mundo parecía tener la
necesidad de compartir esos instantes únicos después de una tarde inolvidable
para millones de galos, sólo unas horas después de haber disfrutado de su fiesta
nacional. Por eso miles de personas
decidieron ver el partido en el estadio de rugby sin importarle el sol de
justicia, o bien en plazas y calles pendientes de las pantallas para cantar a cada instante a coro La
Marsellesa. Antes del pitido final la euforia era incontenible. Imposible no participar ni contagiarse de
esta locura colectiva que atrapó a esta ciudad y que en estos tiempos sólo parece capaz de provocar este
deporte. Enhorabuena, Burdeos; enhorabuena, Francia!!!
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