Dicho así, resulta fácil decirlo; hacerlo es otra cosa.
Estaba acostumbrado a recorrer distancias de esas de varias jornadas, nunca de 22 horas ininterrumpidas. No diré que sea sencillo pero, acompañado de los
compañeros y compañeras que iban, lo pusieron más fácil, y qué decir de los
avituallamientos. Pero vayamos por parte.
Esta
aventura comenzó a rondarme por la cabeza un mes antes, aproximadamente cuando
comenzaron las reuniones para organizarla. Yo iba como organizador y terminé en
el pelotón de la marcha. Hacía años que quería probarme, pero la falta de ese fondo
necesario fue relegando la decisión. Sin embargo, este año aprovechando que había hecho
el Camino de Santiago, las excursiones de Eurorando 2016 y la constante
preparación a que he sometido a mi cuerpo podía ser el momento idóneo para
intentarlo y así fue. El impulso de algunos compañeros fue vital. Gracias
Vicente, gracias Juan, gracias Manolo, ellos fueron los primeros en confiar en
las posibilidades de ese veterano senderista.
Y hete aquí
el viernes 23 de septiembre tomando el autobús que nos desplazaba a la hermana
ciudad de La Línea de la Concepción para acometer este reto. Porque de otra
forma no se puede catalogar: reto, reto conmigo, con las personas a las que
quiero y respeto, que están o que quedaron en el camino, reto con la historia
en definitiva.
La llegada
a La Línea sería un poco caótica y explosiva, sin posibilidad de calentar
incluso, echar el pie a tierra y empezar a caminar fue todo lo mismo. Primer
recuento de rigor, ver que no faltaba nadie entre nuestros compañeros de Algeciras
y de zonas limítrofes. La entrada a la Roca fue explosiva, ora allá, ora aquí
otra vez y enseguida hacia la Sierra Carbonera, previo primer avituallamiento
líquido en la salida de La Línea de la Concepción. El ritmo de estos primeros
kilómetros fue de travesía, unos 6 kilómetros por hora, incluso un poco más si
cabe. El paso por calles de San Roque quedó deslucido en parte por la alternativa
propuesta por el órgano rector de la policía local, puesto que fuimos sacados
del centro histórico aduciendo razones de seguridad, que más pareció que se nos
ocultaba de algo, sin saber de qué, tan sólo éramos un grupo de deportistas que
pretendía demostrar con su ejemplo que esta actividad es una de las mejores,
hermosas y más completas prácticas que se pueden realizar en tiempos de ocio.
Pero esperemos que esta reflexión, si es que la lee, sirva para que esta
persona, de la que depende la seguridad, tome conciencia de que esto que
hacemos es muy útil, provechoso y hace a las personas mejores y más sanas,
además de servir de ejemplo para muchos.
El primer
avituallamiento sólido se produjo en las afueras de San Roque, a las puertas del
complejo deportivo Los Olivillos, y nuestros compañeros de Ubrique y Algeciras
hicieron un trabajo inconmensurable, el aporte energético para lo que quedaba
fue bestial. Cuando sólo llevábamos unos 20 kilómetros a nuestras espaldas, una
quita parte del total, el Pinar del Rey y La Almoraima fueron una gran prueba
de fuego. Las dunas y algún arroyo que otro -afortunadamente con poca agua en
esta fecha- fueron el primero de los ensayos, provocando algún que otro
accidente sin importancia y la aparición de las primeras ampollas y rozaduras.
La
Almoraima, estación de ferrocarril, lugar apacible y base de operaciones para
atacar la primera de las cotas previstas, en torno a los 220 metros de altitud, el
castillo de Castellar y sus 34 kilómetros se convirtieron en la primera de las
pruebas de fuego. Allí un café reponedor al filo de las cuatro de la madrugada
con pan calentito, manteca de calidad y de origen benaojano repuso nuestras
fuerzas, aunque intactas, es verdad que tras esos 1.800 metros de subida se
agradecieron las viandas. Tras lo cual se entraba en una fase como si de
levitar se tratara. Unos 20 kilómetros, los que nos llevan hasta Jimena, como
si fueras en andas, justo al lado de las vías del tren. Un paseo onírico, pero
despierto, en los que el bramido de la berrea del macho alfa se oye
perfectamente en el silencio de la noche y de pronto, el primer tren de la
mañana hace sonar su silbato, como de bienvenida, anunciando la mañana. Eran
las 7: 30 horas cuando el frío de la noche se hace más intenso y se proclama el
amanecer. Con las primeras luces se empieza a atisbar la vida cerca de la
población, porque Jimena está muy cerca, la ilusión por llegar a ese enclave
hace que la marcha se acelere y el propósito de continuar se afiance en el
deportista. Hemos hecho lo más difícil,
o al menos eso creemos.
En Jimena de
la Frontera la acogida del primero de sus ciudadanos, don Pascual Collado, nos
hizo muy amena esta llegada, junto con la batería de alimentos que nuestros compañeros
de la noche nos habían preparado, conjuntamente con los de la mañana, que
tomaban su relevo, y que hacen de nosotros mujeres y hombres nuevos que
empiezan una segunda etapa y la más importante. Puesto que en este punto se
encuentra el momento de inflexión de la prueba. Los 14 kilómetros que van desde
Jimena a la Venta Marín, con las Asomadillas, hacen de esta cota el punto más
duro de la ascensión, con sus 600 metros de altitud. En ese momento comenzaron
las dudas para muchos. El trabajo psicológico ingente de algunos de nuestros
compañeros para con otros que no van tan bien hacen su labor casi impagable.
Permítanme que la denomine de titanes, esa es la mejor acepción que puedo encontrar.
En el momento que muchos pretenden abandonar, ahí están ellos, dando esa
palabra de aliento y ánimo tan necesario.
Ya en la
Carrera del Caballo solo quedaban 20 kilómetros para completar la prueba y
prácticamente el pescado estaba vendido. Sólo quedaba una quita parte del
recorrido pero comenzaba el calor a hacer estragos y las dolencias casi insoportables,
es el momento de sacar casta y el orgullo, conseguir el objetivo, y ese creo
que es el momento, en el que nadie renuncia a la gloria de llegar, queda un
último esfuerzo. La subida al Mojón de la Víbora, desde Los Charcones, son unos
6 kilómetros durísimos, pero gracias al respaldo del grupo se hacen llevaderos
y animosos, Vemos las estribaciones del puerto. En aquellos precisos momentos
no había quien nos parara, desde allí se divisaba Ubrique.
Los
recuerdos se amontonaban en una mente ya maltrecha, pero no olvidábamos a los
seres queridos que, de alguna manera, han movido nuestras piernas, los que
están y los que desafortunadamente nos dejaron, pero que han servido de impulso
para esta gesta, porque se puede catalogar de gesta sin ningún tipo de ambages,
y la entrada por la avenida de España, en loor de multitud solo hacía justicia
al logro conseguido.
Gracias compañeros por haberme hecho sentir un deportista de
élite, a lo largo de 22 horas y con 57 años a mis espaldas.
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