sábado, 31 de mayo de 2014

Puente de Dios (Marruecos)




Enclavado en el Parque Nacional de Talassemtane, el llamado Puente de Dios tiene una connotaciones casi místicas para los habitantes de estas apartadas montañas del Rif, donde los más pobres de Marruecos viven del cultivo del hachís y todavía se puede ver el arado romano arrastrado por asnos. Pero se trata de un lugar con una naturaleza sorprendente, con abundante vegetación y paisajes de zonas vírgenes de gran riqueza biológica y geológica. Un monumento natural formado por bosques, ríos de montaña y cascadas. Uno de los mayores atractivos es una formación rocosa que adquiere forma de arco natural para conectar las dos paredes de una profunda garganta sobre una altura de casi 40 metros labrada por la acción del río Farda. 

      Para realizar esta excursión, de unas 4 horas, hay que llegar hasta la pequeña aldea de Akchour, distante unos 35 kilómetros de la ciudad de Chauen. Después de pasar por un pequeña zona de aparcamientos y una presa, se inicia el ascenso, siempre paralelo al río, bordeando las paredes del cañón que ha ido formando el río. En estos cortados podemos apreciar la vegetación de  monte bajo. Se trata de una subida muy exigente, de dependientes pronunciadas, con un desnivel de unos 600 metros, hasta alcanzar una altura de 1.250 metros. Pero al coronar la cota tenemos una primera visión de este lugar ciertamente mágico.

     Todavía no castigado por el turismo de masas, la mayoría de los visitantes que se van encontrando a nuestro paso son marroquíes, un reflejo también de lo que están cambiando las cosas en el país vecino donde se empieza a sentir este fenómeno. Ya en la zona del Puente, existe una caseta de barro donde se puede tomar un té mientras se observa el espectacular encajonamiento del río.


     Desde allí se puede optar por continuar a través de esta pasarela natural para seguir subiendo en dirección a las montañas que coronan estos parajes buscando lugares y aldeas remotas, e incluso vistas de las costas españolas; o bien volver al punto de partida, como fue nuestro caso, por un camino alternativo faldeando la vertiente opuesta, donde nos encontramos con pastores y campesinos humildes en permanente lucha con las condiciones desfavorables de un terreno donde sólo una pequeña parte es cultivable.


















































































lunes, 12 de mayo de 2014

Yebel Musa




 El monte Abyla, o Yebel Musa, es un promontorio de más de 800 metros de altitud que según la mitología griega estaba unido al monte de Calpe (Gibraltar) cerrando el Mediterráneo y constituyendo la frontera del mundo conocido. Hércules separó las dos orillas dando lugar a sendas columnas que separan los continentes europeo y africano y permitiendo que se llenara el Mediterráneo. Además, según la leyenda, ofendido porque su amada lo había engañado, la convirtió en piedra para condenarla a dormir el sueño eterno, por lo que esta inmensa roca, que evoca la figura humana, es también conocida como la montaña de la Mujer Muerta. Este perfil de mujer tendida, muerta o dormida, la hace única.

Para acceder a este lugar de leyenda hay que tomar la carretera hacia Tánger nada más salir del paso fronterizo de Ceuta y poco después un desvío a la derecha nos llevará hasta el pueblo de Beliones o Belyounech, pegado a la costa a la ciudad española. Rodeado de un paisaje entre montañas que nos recuerda a muchos lugares de las provincias de Cádiz o Málaga, se trata de un pueblo de pescadores, con una antigua industria ballenera, entre la bahía de Benzú, que alberga las últimas casas de Ceuta, y Punta Leona. Tiene puesto fronterizo pero sólo se abre por motivos humanitarios o para permitir que los escolares acudan diariamente a clase. El hecho de tener un solo acceso ha contribuido a su tradicional aislamiento. Incluso hasta fechas reciente en este pueblo encajonado entre montañas, que permanentemente mira a las costas españolas, no se podía sintonizar la televisión marroquí. También es un lugar donde suelen alojarse muchas personas que acuden a trabajar a la ciudad vecina. No existen hoteles pero últimamente se han acometido importantes obras para dotarla de algunas infraestructuras, como el asfaltado de calles o la iluminación pública, y llama la atención la belleza y el colorido de algunas de sus casas. En suma, un lugar casi idílico, ordenado y agradable, lleno de gente amable cuyas tiendas se abren al escuchar al paso de los escasos visitantes y donde todavía se puede escuchar a los niños volver del colegio.

Uno de sus mayores atractivos es que constituye la puerta de acceso al parque natural del Yebel Musa. De hecho nada más llegar a esta lugar nos encontramos con la silueta de la mujer muerta que domina todo el entorno. Alcanzar la cumbre representa todo un reto largamente esperado.

De una calle de la parte alta del pueblo parte una vereda que comienza a subir de manera brusca y que debe llevarnos hasta esa cumbre. Un camino pedregoso con escasa vegetación y un paisaje donde encontramos lentiscos y algunos árboles retorcidos por los fuertes vientos del Estrecho. Conforme vamos ganado altura podemos apreciar una panorámica general del conjunto. Hacemos una parada en dos pozos de agua para comprobar que esta gigantesca montaña surte de manera suficiente a la población de la aldea. Al mismo tiempo que se van levantado las neblinas del otro lado del Estrecho, nuestra marcha lenta nos permite jugar a identificar las montañas o poblaciones que se van descubriendo ante nosotros. Hasta que a unos 600 metros de altura se llega a un collado para da paso a otra vertiente que mira hacia Tarifa y al puerto de Tánger.

El Yebel Musa se presiente a nuestra izquierda, detrás de un fuerte repecho. La propuesta de nuestro guía marroquí es una invitación a la aventura total. Consiste en atacar el Yebel Musa de la manera más directa y vertical. Casi al asalto. Por un caos de piedra. Incluso algunas de ellas no están del todo sujetas a la tierra y existe peligro de desprendimientos. Pero ya la sensación de aventura había invadido a todo el grupo. Los bastones, un estorbo, porque son necesarias las manos para ascender. Hay que superar duras pendientes y cortados a pico en pleno reino de las calizas y a veces es mejor no mirar hacia abajo. Una vez arriba, después de unos 40 minutos que pasan volando, la recompensa es infinita. Tenemos la seguridad de encontramos en una cumbre que nunca olvidaremos.
Nuestra patria es el mundo Y ante nosotros dos culturas, Oriente y Occidente, dos continentes, Europa y África, un mar y un océano. Si miramos hacia interior, las estribaciones de la montañas del Rif parecen más que nunca la Serranía de Ronda. Y montañas y valles verdes sin apenas presencia humana. Ceuta y Tánger, y de un vistazo todo el Estrecho, desde las dunas de Bolonia hasta Málaga, y aún Sierra Nevada. Gibraltar poco a poco se va desprendiendo de su neblina. El tráfico de barcos de todas las nacionalidades es incesante por una de las vías marítimas más transitadas del mundo. En la cima nos encontramos con lo que queda de antiguo un punto geodésico, y una construcción de piedra, un santuario o lugar de oración islámico bastante abandonado. Muchos días la niebla cubre estos lugares, pero hemos tenido suerte y ello nos permite hacer fotos de grupo con los amigos del Club Senderista los 3 Caminos de Ubrique. Es el momento también de reponer fuerzas.

Se vuelve al collado por otra vía. Una bajada muy exigente, o técnica. Es necesario volver a guardar los bastones para utilizar todas las extremidades a fin de evitar caídas por este canchal de piedras sueltas. Y sin apenas descanso se tiene que abordar otro vertiginoso descenso con otro gran desnivel en medio de un verdadero río de piedras. A esa hora el calor aprieta y un pozo en el camino con recientes de plásticos para refrescarse nos salva la vida. Allí existe un mirador que nos ofrece una perspectiva de todo el conjunto. Continuamos hacia la bahía de Qued El Marsa con sus acantilados blancos y verdes. Las marcas blancas y amarillas en las rocas son ahora más visibles. La isla de Perejil junto a la costa nos ofrece una imagen excepcional. El estrecho canal que la separa del continente nos ofrece todos la gama de azules posibles y una colonia de gaviotas son hoy las legítimas dueñas de este disputado peñón.

Tras desembocar en Punta Leona, la ruta estrecha su círculo en Beliones, donde buscamos un té a la menta. Un recorrido de 15 kilómetros que se cubrieron en unas 8 horas para dejarse envolver por este entorno privilegiado.