domingo, 30 de abril de 2017

"Ruta por el Peñón de Gibraltar de estudiantes" por Gabriel García Ortega




El sábado 22 de abril los estudiantes de 2º de Bachillerato del IES Sierra Luna de Los Barrios nos embarcamos en una pequeña escapada junto a nuestro profesor, Antonio Morales, que es Historia; nuestra profesora de Lengua, María del Mar; y un grupo pequeño de amigos excursionistas. El destino no estaba muy lejos de nuestra localidad, de hecho da nombre al Campo de Gibraltar, pero aún conociendo la corta distancia teníamos la sensación de casi abandonar Europa, ¿y no es cierto?
         El itinerario no era muy complejo: subir y bajar la roca. Tras pasar de pies puntillas la frontera y pasar por el centro, nos topamos  con una escalera que le sacó los colores al más deportista y tras superar alguna que otra cuesta llegamos a una de las entradas del entramado de túneles que atraviesa Gibraltar, dicen que hay más kilómetros de túnel que de asfalto, dicen. El origen de éste está  en la Segunda Guerra Mundial,  tal y como contó Morales, los ingleses acondicionaron su pequeño paraíso para una posible invasión alemana, pero estos, con total desfachatez, decidieron bombardear Londres.  Estando en el interior no podíamos imaginar cómo se podría vivir allí con jornadas laborales que tan solo dejaban un tercio de día para dormir, sin ver la luz. Tras salir, seguimos afrontando las pendientes. Refrigerio si, refrigerio no, llegamos al gran atractivo gibraltareño, los monos. Lejos de la simpatía que nos podamos imaginar de un pariente de nuestra rama biológica, era escuchar el sonido de un plástico para que se te abalanzaran encima. A todos nos generó curiosidad su forma de vivir. Se limitaban a desparasitarse unos a otros o escalar una y otra vez el mirador hasta que algún intrépido visitante se atrevía a sacar algo de comida.
        Las vistas desde la cumbre eran realmente impresionantes, y divertidas, las gaviotas afrontando el severo viento para intentar posarse sin éxito una y otra vez nos hizo pensar que no sólo el humano tropieza  dos veces con la misma piedra. Seguimos nuestro camino por la cresta, hasta casi tropezarnos  con unas escaleras, casi comparables a la calle Lombard de San Francisco, aunque con un poco menos de lujo. Descendimos por la cara posterior del Peñón, combatiendo el viento, y descansamos en una de las numerosas cuevas que agujerea  Gibraltar. Continuamos con nuestro trayecto hasta llegar al cementerio judío, interesante y desconocido por partes iguales. Por desgracia no pudimos hacernos la mítica foto con las columnas de Hércules, pero Morales se encargaba de sacar selfies  allá donde fuera.  Para finalizar nuestra excursión regresamos al centro de la ciudad pasando por un puente colgante que no hizo delicias para los que sufrían un poco de vértigo. Concluimos la experiencia con tiempo para comprar algo de chocolate y volver a Europa.

     Esta pequeña visita nos ha hecho comprender  por qué, año tras año, nuestro profesor de Historia insiste en arrastrarnos a cruzar la frontera. Y es que Gibraltar tiene mucho encanto.















































































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