El sábado 22 de abril los estudiantes
de 2º de Bachillerato del IES Sierra Luna de Los Barrios nos embarcamos en una
pequeña escapada junto a nuestro profesor, Antonio Morales, que es Historia;
nuestra profesora de Lengua, María del Mar; y un grupo pequeño de amigos
excursionistas. El destino no estaba muy lejos de nuestra localidad, de hecho
da nombre al Campo de Gibraltar, pero aún conociendo la corta distancia
teníamos la sensación de casi abandonar Europa, ¿y no es cierto?
El itinerario no era muy complejo:
subir y bajar la roca. Tras pasar de pies puntillas la frontera y pasar por el
centro, nos topamos con una escalera que
le sacó los colores al más deportista y tras superar alguna que otra cuesta
llegamos a una de las entradas del entramado de túneles que atraviesa
Gibraltar, dicen que hay más kilómetros de túnel que de asfalto, dicen. El
origen de éste está en la Segunda Guerra
Mundial, tal y como contó Morales, los
ingleses acondicionaron su pequeño paraíso para una posible invasión alemana,
pero estos, con total desfachatez, decidieron bombardear Londres. Estando en el interior no podíamos imaginar cómo
se podría vivir allí con jornadas laborales que tan solo dejaban un tercio de
día para dormir, sin ver la luz. Tras salir, seguimos afrontando las
pendientes. Refrigerio si, refrigerio no, llegamos al gran atractivo
gibraltareño, los monos. Lejos de la simpatía que nos podamos imaginar de un
pariente de nuestra rama biológica, era escuchar el sonido de un plástico para
que se te abalanzaran encima. A todos nos generó curiosidad su forma de vivir.
Se limitaban a desparasitarse unos a otros o escalar una y otra vez el mirador
hasta que algún intrépido visitante se atrevía a sacar algo de comida.
Las vistas desde la cumbre eran
realmente impresionantes, y divertidas, las gaviotas afrontando el severo
viento para intentar posarse sin éxito una y otra vez nos hizo pensar que no
sólo el humano tropieza dos veces con la
misma piedra. Seguimos nuestro camino por la cresta, hasta casi tropezarnos con unas escaleras, casi comparables a la
calle Lombard de San Francisco, aunque con un poco menos de lujo. Descendimos
por la cara posterior del Peñón, combatiendo el viento, y descansamos en una de
las numerosas cuevas que agujerea Gibraltar.
Continuamos con nuestro trayecto hasta llegar al cementerio judío, interesante
y desconocido por partes iguales. Por desgracia no pudimos hacernos la mítica
foto con las columnas de Hércules, pero Morales se encargaba de sacar selfies allá donde fuera. Para finalizar nuestra excursión regresamos al
centro de la ciudad pasando por un puente colgante que no hizo delicias para
los que sufrían un poco de vértigo. Concluimos la experiencia con tiempo para
comprar algo de chocolate y volver a Europa.
Esta pequeña visita nos ha hecho
comprender por qué, año tras año,
nuestro profesor de Historia insiste en arrastrarnos a cruzar la frontera. Y es
que Gibraltar tiene mucho encanto.