Lejos de la saturación turística que
sufren las ciudades históricas durante la temporada alta, viajar en invierno
tiene sus ventajas. Es cierto que estamos un poco a expensas del clima y que
hay que mirar más de una vez el pronóstico del tiempo. Los días son cortos y en
ocasiones desapacibles. Pero las ventajas también pueden ser importantes, lejos
de las colas y de la masificación veraniega.
Brujas, es uno de esos lugares en los
que incluso hay que guardar turno para realizar una simple foto en sus puntos más
concurridos y puede llevarnos un tiempo por la acumulación turística. Pero en
el mes de enero, pasadas las fiestas, parece que la ciudad es para nosotros. Y
el paisaje urbano tampoco desmerece de otras épocas del año. La ciudad es igual
de acogedora. Incluso, cuando el frío es muy intenso, no tenemos excusa para no
refugiarnos en algunas de sus chocolaterías. Es cierto que en ocasiones no se
puede hacer el recorrido en barco porque los canales aparecen helados, pero este
paisaje, cuando los patos pueden caminar por encima de esta fina capa de hielo,
también adquiere una belleza singular.
Dicen que la verdadera cara de Brujas es
la que se refleja en estos canales, en sus puentes y muelles que forman parte de
los cuadros románticos que componen su paisaje con las hileras de casa
inclinadas sobre el agua. Pero también en sus plazas. Porque el corazón de la
ciudad late en su Plaza Mayor, denominado foro en las crónicas antiguas, reflejo
de siglos de historia y compuesta por edificios de estilos diferentes, que es
el verdadero epicentro de la vida política, económica y social. Muy cerca de
allí el Burg, donde se sitúa el Ayuntamiento. Otros lugar imprescindible es el Begijnhof,
donde se sitúa el Beaterio, casi una aldea dentro de la ciudad, un conjunto de
casas blancas que albergaba un hospicio, y muy cerca de allí el lago que servía
de entrada del puerto para acceder a la ciudad. Por esta cuenca comercial se
distribuye el agua a los canales de la ciudad.
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