martes, 17 de diciembre de 2013

"El cielo gira: Soria" por Alejandro Pérez Ordóñez.


Nomadi che cercano gli angoli della tranquillità / nelle nebbie del nord e nei tumulti delle civiltà, / tra i chiari scuri e la monotonia / dei giorni che passano, / camminatore che vai / cercando la pace al crepuscolo, / la troverai / alla fine della strada”.
Como en esta canción de Franco Battiato, "Nomadi", éramos caminantes que buscábamos la paz al crepúsculo, y finalmente la encontraríamos, al final de unas carreteras que en la primera jornada nos parecían interminables, pero que pronto se volvieron más domésticas y acogedoras. En realidad, la primera canción que nos había inspirado este viaje había sido otra, muy obvia, uno de los más famosos temas de Gabinete Caligari:
Todo el mundo sabe que es difícil encontrar / en la vida un lugar / donde el tiempo pasa cadencioso y sin pensar / y el dolor es fugaz. / A la ribera del Duero / existe una ciudad, / si no sabes el sendero / escucha esto”.
Nos habíamos planteado descubrir la provincia de Soria durante gran parte de la Semana Santa, a nuestro ritmo. Como íbamos en coche, desde Estepona, y sólo conduzco yo, decidimos que el primer día haríamos noche en algún punto intermedio (elegimos Almagro), y el segundo día llegaríamos a nuestro ansiado destino. Habíamos reservado además en una casa rural, en uno de los minúsculos y casi despoblados pueblecitos que puntean la geografía soriana, concretamente en Los Villares de Soria. Con estos pocos mimbres y mi escaso conocimiento previo de esta provincia, reducido a El Burgo de Osma, San Esteban de Gormaz, Medinaceli y las ruinas de Numancia, en fugaces visitas años atrás, nos plantamos en esta aventura de la que hemos salido fascinados. Y dando la razón al eslogan turístico oficial de esta provincia: "Soria, ni te la imaginas". Es cierto que no nos la imaginábamos hasta que la hemos descubierto...

MEDINACELI
La primera parada, nada más entrar en la provincia desde Guadalajara, era obligada en Medinaceli. Nos quedamos primero al pie del cerro, en el breve pueblo nuevo crecido en torno a la carretera nacional y las vías del tren, para parar a comer en el restaurante Carlos Mary, antiguo enclave de camioneros que ahora ofrece menús económicos pero suculentos, con una amplia lista de espera para conseguir mesa pero ágilmente gestionada. Una vez repuestas las fuerzas, ascendimos a la villa antigua, deslumbrándonos con el arco romano, y callejeando por las estrechas vías solitarias entre tapias de piedra muda y húmeda, entrando en la hueca amplitud de la desproporcionada colegiata, testigo de una época de esplendor de la que observamos los despojos. 
Paseando erráticamente en el vasto vacío de la enorme y destartalada Plaza Mayor. Saliendo por el "arco árabe" y paseando por las roídas murallas, de sillares descarnados, entre pastizales quemados de la helada y ralos pinares, que dan paso a dilatados horizontes de parameras, la ostensible soledad de las Tierras de Medinaceli. Tras encontrar un mosaico romano musealizado en una plazoleta, abandonamos la villa para seguir camino hacia la capital y Los Villares.

ALDEALSEÑOR
El gran leitmotiv que nos impulsaba irresistiblemente a descubrir Soria era un referente cinematográfico. En la película "El cielo gira", de Mercedes Álvarez, de 2004, su directora retrata la vida cotidiana de su pueblo natal, Aldealseñor, en las Tierras Altas sorianas, durante un año. Se trata de un lugar minúsculo y aislado en el que sólo quedan 14 habitantes, y el propósito era ser testigos de la que probablemente sea la última generación residente en el lugar tras un milenio de historia ininterrumpida. La soledad, las conversaciones entre estas personas, los paisajes, nos habían impresionado y daba la casualidad de que nos alojábamos a escasos siete u ocho kilómetros de este lugar que, como si fuese un milagro, aún sigue existiendo. Así que a nuestra llegada, dado que era tarde y no nos alejaríamos mucho, decidimos acercarnos a Aldealseñor.

En el breve espacio de unos pocos kilómetros se suceden varios pueblos que no se adivinan en el paisaje, a pesar de que es en general llano, ya que las vistas se interrumpen por bosquetes o suaves lomas entre los cuales se camuflan a la perfección los minúsculos caseríos, del mismo color que la tierra y con edificaciones achaparradas, inclusive a veces las iglesias o ermitas, donde no abundan las torres y sí las espadañas. Atravesamos Cirujales del Río, donde ya contemplamos la arquitectura pétrea de estos pueblos serranos antaño poblados por ganaderos mesteños.


Llegamos a Aldealseñor. El pueblo conserva una imponente mansión señorial de los Salcedo, con una alta torre y enorme blasón de piedra en la fachada principal, abierta frente a un gran patio con arcadas. Monumento desmesurado para tan breve y humilde caserío que lo circunda, y tan solitario. Paseamos por las calles, algunas con más pinta de camino rural entre muros semiderruidos que otra cosa. Descubrimos las fuentes, y la iglesia, donde unos niños jugaban a la pelota en el frontón que conforman sus muros. Muy poca gente más. Muchos cardos, parecidos a alcachofas espinosas, blanquecinos, en las cunetas. Más tarde volveríamos a recolectar algunos para usarlos como elemento decorativo en casa. Y, sobre todo, el silencio.

Avanzamos un poco más, hasta Aldealices, con una sencilla iglesia románica que es toda una miniatura de piedra, en un suave altozano previo al brevísimo caserío. En todo el camino casi no nos cruzamos con nadie, ni peatones ni vehículos.


SORIA PURA, CABEZA DE EXTREMADURA
Al día siguiente amaneció lluvioso, y no nos atrevíamos a hacer planes de excursiones lejos del hotel. Así que empezamos por acercarnos a Soria capital, que la teníamos a 17 kilómetros. Aparqué junto a la iglesia de Nuestra Señora del Espino y el cementerio, y bajamos a la Plaza Mayor, a pocos metros. Completamente desierta, y más pequeña de lo que me la había imaginado.
I viandanti vanno in cerca di ospitalità / nei villaggi assolati / e nei bassifondi dell'immensità / e si addormentano sopra i guanciali della terra. / Forestiero che cerchi la dimensione insondabile, / la troverai, / fuori città, / alla fine della strada”.

Encuentro con el románico, elemental y con la belleza de las cosas humildes en el claustro de la Concatedral de San Pedro, acosada por bloques de pisos que pretenden asomarse a sus chatas arcadas. Refugiados de la lluvia en las naves del templo, al igual que los pasos de la Semana Santa soriana que allí pudimos ver, de facturas sencillas y nada pretenciosas, al poco decidimos salir para acercarnos al padre Duero. 

De vuelta al coche, visitamos el cementerio, con la tumba de Leonor Izquierdo, viuda de Machado, con el hermoso y conciso epitafio que éste le dedicó en su lápida, simplemente: "A Leonor / de Antonio". Poemas del autor más soriano, sin ser de Soria, también fuera junto a un "olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido", espectacular tocón de formas hinchadas y retorcidas por el paso de los años en la dura intemperie de estas altas tierras. 


Bajamos al río, donde debió estar el olmo original que inspiraría al maestro, y hacemos a pie el paseo hasta San Saturio. Roca horadada por la naturaleza y habitada por el eremitismo que derivó en leyenda, devoción y más materia literaria, en este caso para Gaya Nuño y su novela "El santero de San Saturio". Curiosa ermita en la que la obra humana y la natural se hibridan creando una mezcolanza santurrona y fría en un doméstico laberinto de roca. 


Vuelta a las márgenes de la ciudad y visita a San Juan de Duero, otro cenobio medieval, más misterioso si cabe con sus arcos entrelazados hoy descubiertos en un claustro transmutado en verde prado cuadrangular, con extrañas notas orientales introducidas por los templarios en pleno páramo castellano.









NUMANCIA

Nos vamos a comer al cercano Garray, heredero de la legendaria Numancia que corona el cabezo sobre la actual población. Visita obligada de todo el que pase por Soria, y básica para comprender episodios cruciales de la historia local, española y universal.

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa...

Los versos de Rodrigo Caro se referían a Itálica, pero yo los aplicaría perfectamente, mucho más atinadamente, a Numancia. El cerro pelado, solitario, arrasado, batido por el viento y la lluvia... El aire heroico que se respira emanando de su historia, tan mitificada por otra parte, pero ahí están los hechos... Vuelvo a recorrer sus esqueletos de calles, y a penetrar en sus casas reconstruidas, celtíbera y romana. En esta ocasión me compro una camiseta en la tienda.

CALATAÑAZOR
Sin miedo a perder el tambor, como dicen que le pasó allí a Almanzor hace ahora algo más de mil años, vamos a pasar la tarde a Calatañazor. El tiempo empeora y la lluvia ya no nos dejará. Llegamos al pueblo atravesando un vallejo y tras algunos recodos de la carretera aparece el núcleo medieval, apiñado sobre un cerrete rocoso. 
Subo con el coche hasta la iglesia, atravesando una calle de casas soportaladas sobre pies de madera. Algo más arriba, en una placeta, hay un busto del militar y gobernante andalusí, cuyo poder encontró fuerte resistencia en estas tierras de la frontera del Duero. 
Un poco más allá la desnivelada Plaza Mayor y el castillo en un rincón, con su enorme torre roída por el tiempo. Paseando por un callejón encontramos un camino que baja entre las rocas hasta unos sepulcros labrados en la piedra, una necrópolis altomedieval, perdida en mitad de un paisaje alucinante, desleído entre la niebla y la fina lluvia, y blanqueado por la densa granizada que había caído poco antes de nuestra llegada y que al principio confundimos con nieve. Algunas compras de productos de la tierra, e incluso de un libro sobre castillos de la región castellano-leonesa, en un par de tiendecitas del pueblo y nos despedimos de este trocito de Edad Media tan bien conservado.












CASTILFRÍO DE LA SIERRA
Aún tenemos ganas de dar un último paseo, y nos asomamos a Castilfrío de la Sierra, pues nos habían dicho que es un pueblo que también ha conservado su arquitectura popular muy bien. Aquí no hay ningún tipo de establecimiento turístico, y el pueblo sigue siendo una aldea perdida de casonas de piedra entre pastos y montes, en la comarca de las Tierras Altas, cerca ya del puerto de Oncala (de exquisitos quesos). 
Asentamiento de ganaderos del Honrado Concejo de la Mesta, las grandes viviendas de sillería con blasones y fechas del siglo XVIII grabadas en los dinteles se apiñan muy cerca unas de otras, creando estrechos callejones, como para protegerse del frío de este desolado entorno. Una ermita solitaria en un altozano próximo, la iglesia con recio pórtico, y la casa de Sánchez Dragó, que ya nos habían advertido que había venido a vivir a este apartado lugar. No fue difícil distinguirla, dado que es todo un templo a la horterada, coronada por enormes cabezas de Buda y tachonada por multitud de estrambóticas plaquitas y azulejos con las más peregrinas inscripciones, toda ella tan sincrética y rimbombante como su ditirámbico propietario.












LA LAGUNA NEGRA
A la mañana siguiente, salimos de Los Villares de Soria en dirección a La Rubia, y continúamos de frente, pasando por ese rinconcito bucólico que es Portelrubio, y algunas otras mínimas aldeas, así como la Casa Fuerte de San Gregorio, otro desmesurado palacio parecido al de Aldealseñor, de gran patio porticado abierto al frente, en este caso con una gran iglesia, situado en medio de la nada. 
Nos adentramos en el Valle, tierra de verdores sin cuento, y la arquitectura de los pueblos se va blanqueando: Tera, Valdeavellano de Tera, Sotillo del Rincón. Avanzamos por la comarca de Los Pinares, hasta que llegamos a la llamada "Corte de Pinares", la rotunda Vinuesa. Recias casas pétreas hoy en día ya muy remozadas, dando un aire muy turistizado a un pueblo que me pareció que ha perdido parte de su encanto pasado. Desde allí se sube a uno de los asombros naturales de la provincia soriana, y uno de sus más famosos reclamos: la Laguna Negra.


Entre una fina llovizna, íbamos avanzando por carreteras cada vez más estrechas y más encerradas entre densos bosques de pinos. Cuando estábamos a punto de llegar, la lluvia ya había pasado a ser una nevada en toda regla. Al ser Semana Santa, un kilómetro antes de llegar a la Laguna estaba cortado el acceso en vehículos particulares, y había que seguir andando o en un autobús dispuesto al efecto. Optamos por lo segundo, debido a lo que nevaba y a que era muy barato. El autobús deja al inicio de un sendero, perfectamente señalizado y marcado, que en pocas decenas de metros, algunos ascendiendo por peldaños de piedra, nos permitirá asomarnos a esa maravilla paisajística que es la Laguna Negra, que bajo la nieve nos parecía más negra (y blanca) que nunca. Simplemente indescriptible. La quietud de la lámina de agua opaca, encerrada en su redondez entre los ciclópeos bloques rocosos de los Picos de Urbión, salpicados de pinos, todo ello blanqueado por la nieve que hacía desaparecer los colores y lo convertía todo en una foto en blanco y negro, y difuminado por la niebla, o nubes bajas, que hacían que el contraste se fuera perdiendo hacia arriba sin que apenas distinguiésemos dónde terminaba de ascender la montaña, fundida en gris. Estampas de tarjeta navideña.











A la vuelta, breve parada en Molinos de Duero. Pueblo de postal, de enormes casonas construidas con firmes y nobles sillares, donde no falta la heráldica sobre los portales y balconadas, a orillas del Duero embalsado e inmerso entre interminables y densos pinares.






LA RUTA DE LAS HUELLAS DE DINOSAURIO

Decidimos dedicar la tarde a seguir la llamada Ruta de las Icnitas. Las icnitas son huellas fósiles de dinosaurio, y en el norte de la provincia de Soria así como en pueblos cercanos de La Rioja existe un buen número de este tipo de yacimientos. Nunca había visto algo de tales características, así que la curiosidad era muy fuerte. Ascendimos el puerto de Oncala, de severos paisajes entre amplias lomas. Me detengo un instante y tomo un ramal a la izquierda que en pocos metros nos introduce entre las ruinas de un pueblo abandonado, Villaseca Bajera. Los muros de la iglesia siguen en pie entre prados, y los esqueletos de las casas forman el decorado perfecto de un “pueblo fantasma”. Incluso la carretera está tomada por la vegetación, que crece hasta en la más mínima grieta del envejecido asfalto. Es la desolación del abandono que tan frecuentemente se observa en las tierras sorianas, con multitud de despoblados y muchos pequeños núcleos que cualquier día también despedirán a su último habitante.









Seguimos hasta llegar a Villar del Río, donde está el Aula Paleontológica que sirve de centro de recepción. Pero decidimos ir directamente a los yacimientos, que están bien indicados, así que nos acercamos, por una carreterita minúscula, hasta el también pequeño pueblo de Bretún. Recio nombre para un lugar austero, pero hoy presidido por la figura de un Triceratops, junto a las primeras icnitas. Una laja de piedra inclinada en la ladera, en la que por más que forzamos la vista nos cuesta distinguir las huellas. Un señor nos indica que las de Santa Cruz de Yanguas, otro pueblo vecino, se ven mucho mejor. Allí nos vuelve a caer una fuerte nevada, pero la curiosidad puede más y salgo a hacer unas apresuradas fotos. Las huellas, que parecen de gallinas gigantes, están pintadas en negro y con el borde marcado por un trazo blanco.






















A la vuelta, por estas tierras solitarias, detengo el coche un instante: a nuestra derecha, una manada de ciervos corre por los campos y cruza la carretera por la que veníamos, a pocas decenas de metros de nosotros. La conocida señal de tráfico de forma triangular y con la silueta de un ciervo saltando, que avisa del peligro de animales salvajes a los conductores, cobra entonces todo su sentido y comprendimos que quien la diseñó en su día estaba pensando en Soria, naturalmente.

Pasado de nuevo Villar del Río, otra parada es el yacimiento de Fuentesalvo, con más huellas petrificadas. Más arriba, pasamos de nuevo el puerto de Oncala, ahora con los lomos blanqueados por la fina nevada que sigue cayendo. Al pasarlo, aparecen grandes claros entre las pesadas nubes y los altos páramos sorianos se abren en una magnífica puesta de sol que impacta en nuestras retinas, ya saturadas de paisajes y emociones.


LOS VILLARES DE SORIA
Nuestro hogar soriano merece con creces para nosotros dicha denominación, sobre todo en dos de las acepciones de la palabra "hogar" según el DRAE:
- Casa o domicilio.
- Familia, grupo de personas emparentadas que viven juntas.
Porque, efectivamente, Los Villares de Soria más que un pueblo es como una familia, dada su escala tan doméstica, y la casa rural donde nos alojamos (Centro de Turismo Rural Los Villares) viene a ser el centro donde confluye toda la vida cotidiana de esta comunidad, en la que los que estábamos de paso nos sentimos plenamente integrados en todo momento. A lo acogedor del alojamiento y del bar-restaurante contribuye desde luego el componente humano que lo anima: los inefables Aurelio y Lourdes, y sus dos hijos. Amables, simpáticos, buenos consejeros, ¡y unos excepcionales cocineros! Qué más podíamos pedir. Además, buenos conversadores, y enamorados tanto de su tierra como de los viajes, como nosotros, a cualquier rincón del mundo. La verdad es que con ellos nos sentimos en nuestra propia casa los días que pasamos allí, y Los Villares se convirtió en uno de esos sitios a los que uno, antes de haberse ido, ya está deseando volver.
La cocina es uno de los fuertes de este establecimiento, ya que se trata de recetas muy innovadoras y personales, que combinan toques vanguardistas con los productos y recetas tradicionales y propios de la ubérrima tierra soriana. Papel destacado ocupan las setas, de tanta variedad y abundancia en este terruño, que en esta casa han sido elevadas a delicatessen, eso sí, al alcance de todos los bolsillos. Difícil de olvidar es también la cuajada, hecha con lecha de oveja fresca todos los días, que participa en numerosos postres. Y otras delicias como los rollitos de cecina rellenos de membrillo (y más cosas que no recuerdo, todas ricas), o el embutido de carne de ciervo, de recio y potente sabor. Así como los quesos de Oncala, de una suavidad difícil de igualar. Las ensaladas, en las que Lourdes combina distintas verduras con gran maestría, también nos alegraron las cenas. Y las torrijas que degustamos una de las tardes nos supieron a gloria. Sin duda, para comer excepcionalmente bien, y a buen precio, en Soria, hay que ir a Los Villares.
La paz del lugar es, por descontado, uno de sus mayores atractivos. El silencio absoluto durante las noches, y las mañanas con el canto de los pájaros como única muestra sonora de vida en el pueblecito son todo un bálsamo contra todo tipo de estrés. Debíamos volver a casa, y no queríamos. Queremos volver a aquella casa, y en cuanto podamos lo haremos.

CODA
Quedan muchos rincones por recorrer de esta provincia. Soria ostenta una de las menores densidades de población de la Unión Europea, y con frecuencia teníamos la sensación de que había más animales que personas. Tierra de pueblos que a veces son caseríos reducidos a su mínima expresión, acurrucados en cualquier mínima arruga del terreno, rodeados de sotos y prados, y conectados por carreteras que son una estrecha cinta saltarina entre los campos. Horizontes de aerogeneradores. Bancos de piedra con abuelos que ven pasar ante ellos un tiempo que se extingue, como otrora ocurriera con los dinosaurios que también hollaron estos predios, aquellas "gallinas gigantes de tiempos de los moros", como algunos pensaron que eran. Una gran reserva, humana y natural, de paisajes sorprendentes y donde es fácil encontrarse con uno mismo y difícil encontrarse con otros. La "Soria pura, cabeza de Estremadura" que reza la heráldica local.

Y entretanto, el cielo gira... 
(Texto y fotos: Alejandro Pérez Ordóñez)

2 comentarios:

  1. Como siempre maestro en explicaciones que has provocado en mí el volver a esta tierra, para patearla de distinta forma que mi primera ocasión, que fue con motivo de un encuentro de fútbol en Los Pajaritos. No he podido por menos que reír con tu crónica por la alusión al extravagante Sánchez Drago y su sempiterno tantrismo, llevado a la máxima expresión. Me he preocupado por vuestra cercanía a los Tiranosurus y a las Dravidosas y me he emocionado con la pasión y el cariño que le pones a todo y todos los que conoces. Felicitarte por ello y recordaros, por cierto, que están pendiente una semana de vacaciones compartidas, rotas hace unos años por un luctuoso acontecimiento y que debemos repetir, y esta vez sí, concluirlas.

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  2. Tenéis que volver con mejor tiempo porque efectivamente es una tierra tan preciosa como desconocida.

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