El otoño ha
estallado en la cabecera del río Genal. La recolección de la
castaña ha terminado y con ella las celebraciones que cada año
acompañan esta actividad. El campo ha recuperado su equilibrio y la
soledad ha vuelto a las laderas de estos valles. Los castaños han
dejado caer los erizos, esas capas cubiertas de espinas que contienen
sus frutos. Y aunque las hojas ya han iniciado su inexorable caída,
todavía los árboles no están desnudos, sino que cambian de color
mostrando cuántos tonos puedan imaginarse. Los múltiples verdes dan
paso a infinitos tonos entre amarillos, anaranjados, rojizos y ocres.
Los colores se superponen, se mezclan en una estampa impresionista. El silencio sólo cortado por el ruido de nuestros pasos sobre las hojas caídas porque un manto cubre ya el suelo. Una sorprendente alfombra a nuestros pies. Entre las copas de los árboles se filtra la luz encendiendo aún más estos colores e iluminando el suelo en tonos ocres.
Estamos en el corazón del reino del castaño. En el Valle del Genal.
Un verdadero imán que cada año atrae a senderistas, fotógrafos,
naturalistas o simplemente amantes de los paisajes. Buscando, todos
ellos, el espectáculo del otoño. Un momento de luz que incide sobre
este horizonte. Una espectáculo efímero. Porque en estos
indescriptibles lugares los cambiantes paisajes son los auténticos
protagonistas. Y hay que elegir bien el momento. Entre finales de
octubre y finales de noviembre el otoño está en todo su esplendor
en estos valles.
El Genal es un mundo aparte. Los pueblos blancos cuelgan encaramados
en las laderas de las sierras calizas: Igualeja, Cartajima, Pujerra,
Jubrique, Faraján, Parauta y Genalguacil. Todos se miran pero apenas
se conocen. Son pueblos vecinos pero separados por profundos valles
cubiertos de bosques de castaños. Las carreteras no han llegado aquí
hasta bien entrado el siglo XX y conservan todavía un entorno de una
belleza salvaje.
Para adentrarnos en este enorme castañar existen muchas
alternativas. En nuestro caso, iniciamos la caminata en Pujerra,
donde se acaban las carreteras y comienzan los caminos, en busca de
los senderos que debían llevarnos hasta Igualeja. Aunque ya conducir
por la propia calzada hasta estos pueblos es un regalo para los
sentidos. Ya en Pujerra, hay que subir hasta la parte más alta del
pueblo para conectar con el camino de Estepona, una antigua cañada
con cemento sólo en su tramo inicial.
Ascenderemos hasta unas altas
antenas para continuar por la loma de la Hiedra siempre con
magníficas vistas. A partir de aquí, debemos continuar siempre de
frente ignorando algunos desvíos a la izquierda e incluso tener
cuidado con una deficiente señalización que puede llevarnos a
confusión. Buscaremos un tramo de asfalto hasta que, tras unos 2
kilómetros, en las proximidades del puerto del Hoyo nos
encontraremos con una cancela a la izquierda que debemos superar para
llegar hasta a la antigua venta Guaitará y desde allí otro sendero
enlaza con la carretera de Igualeja.
Sin embargo, puede llevarnos un
tiempo encontrar la senda correcta en este laberinto de carriles
porque en ocasiones tendremos que optar entre varias alternativas sin
ningún tipo de indicaciones. Pero todo ello forma parte de su
atractivo. Incluso, en ocasiones, se agradecerá perderse
literalmente bajo las copas de estos castaños que cubren este
entramado de caminos para conocer nuevos rincones en lo más profundo
del bosque y descubrir, entre la hojarasca que nos rodea, múltiples
postales otoñales. En todos los casos, cuando decidamos dar por
finalizada nuestra excursión, una sola idea atrapará nuestra mente:
volver de nuevo el próximo noviembre.
(Fotos Nacho Castillo y A.M.B.)
(Fotos Nacho Castillo y A.M.B.)
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