El ritual se repite cada año en
Ubrique desde tiempo inmemorial. Pero nadie acierta a desentrañar su
significado. Carecemos de datos. No existen documentos escritos. Ni testimonios
fehacientes. Tampoco se ha podido dar una explicación histórica coherente. Nos
movemos en los terrenos de las hipótesis para explicar un fenómeno ya
centenario. Un verdadero enigma porque su historia es una sucesión de
interrogantes. Nadie puede llegar más allá de su memoria particular
Sin embargo pocas fiestas tan
enraizadas en el inconsciente colectivo como la crujida de gamones del 3 de
mayo. Pertenece al imaginario de la mayoría de los ubriqueños. Forma parte de
sus tradiciones. Es una suma de recuerdos. Porque en este terreno cada uno
aporta esa memoria individual y sus vivencias. Una memoria que nos retrotrae
inevitablemente a los recuerdos infantiles. Lleva directamente a ese rincón del
corazón que tenemos reservado para esos recuerdos que queremos preservar a toda
costa pase lo que pase para volver a mirarnos en ellos de vez en cuando.
Durante muchos años fueron los niños los verdaderos animadores y los más
empeñados en que esta fiesta no se perdiera. La mayoría de las veces de forma
espontánea. En ellos ha tenido siempre esta fiesta una sólida cantera.
Finalizada la Semana Santa esta legión se entregaba a las tareas de acarrear
leña para alimentar el fuego de las hogueras Era el objetivo prioritario y lo
que le daba verdadero sentido a esas semanas. La tensión iba creciendo conforme
se aproximaba la fecha y cualquier triquiñuela era válida para tener la candela
más grande. Y el secreto mejor guardado los lugares donde había gamones.
Son plantas que crecen en el
entorno serrano de manera natural. Las matas de gamones desarrollan estas
enormes varas que florecen por las puntas. Hay que introducirlos en los
rescoldos de las candelas y esperar el momento justo. Hay que acerca la planta al
oído para escuchar el silbido cuando entra en ebullición la savia. Es el
momento adecuado para golpear sobre unas piedras. El crujido se asocia con los
buenos deseos. Estas explosiones envuelven la sierra y sus ecos llenan de
esos buenos deseos todo este entorno.
Esta fiesta de la naturaleza es hoy
un imán que atrae a ubriqueños de todas las edades y a muchos forasteros. Poco
importa su significado. Es ya esa suma de recuerdos. Una tradición que tiene
vida propia y que se ha convertido en un patrimonio local. Cada mes de mayo las
candelas encienden la noche ubriqueña. Una fiesta luminosa y sorprendente. Casi
una noche mágica. Ni más ni menos que la celebración de la primavera en este
enclave serrano.
El año que viene no me la pierdo. Hace años que tengo ganas de ver cómo crujen los gamones en Ubrique.
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