Casas Viejas perdió hasta su nombre para hacer olvidar una tragedia
ocurrida hace ahora 81 años. Un fatal mes de enero de 1933.
Siguiendo una convocatoria de huelga general, campesinos afiliados a
la CNT iniciaron una insurrección para proclamar el comunismo
libertario desencadenando una fuerte represión que se saldarían con
una veintena de muertos y el inicio de una leyenda negra que iba a
perdurar hasta nuestros días. Su población ha estado desde entonces
condenada al silencio porque pocos se han atrevido a hablar de unos
sucesos que conmocionaron a toda España y que marcarían el devenir
de la Segunda República.
Así, se ha montado una exposición fotográfica, Casaviejeros 1933. De la esperanza a la derrota, para recuperar la memoria de los que desde cualquier posición fueron testigos de los sucesos. Asimismo, los organizadores se han propuesto, lejos de los tradicionales foros académicos, llegar a todos para buscar una mayor participación. Por eso hasta los bares se han llenado de libros, folletos, fotografías y periódicos de la época como homenaje a los historiadores, fotógrafos o periodistas que han mantenido viva esta memoria o desvelado algunos aspectos tan olvidado durante décadas. También se organizaron tertulias en las que podían hablar los vecinos. Incluso estos establecimientos se han puesto de acuerdo para ofrecer durante estos días los mismos platos que se comían antaño.
Otros han salido a la calle para compartir esta historia mediante
visitas guiadas por los lugares de los sucesos, abriendo de esta
forma nuevos espacios de diálogo y reflexión. Y esas calles se han
llenado de visitantes para conocer la historia narrada de primera
mano. No sólo para recrear la tragedia, sino, sobre todo, gracias a
un gran esfuerzo de contextualización, dar a conocer las claves
imprescindibles para entender las causas y circunstancias que pueden
ayudarnos a entender este estallido revolucionario. Una historia de
frustraciones ante una reforma agraria que no llegaba, de promesas
incumplidas, y sobre todo de desesperación y de injusticia social.
Además, han querido hacernos partícipes de lo que sintieron los
protagonistas, conociendo la historia desde dentro. Por eso unos de
los espacios habilitados, el pequeño salón de la Fundación Casas
Viejas, se convirtió en la choza de Seisdedos durante los momentos
previos a su asalto e incendio por las fuerzas de orden público. Una
historia narrada que no por conocida deja de conmover al reducido
número de público, apenas una veintena, porque se rompen las
barreras y las distancias para compartir uno de los momentos más
trágicos de estos episodios. Resulta imposible no emocionarse al
sentir en la propia piel, codo con codo con los actores en el
interior de esta espacio estrecho y a oscuras, todo el pánico, la
angustia y el miedo que sintieron sus antepasados.
Han pasado más de ochenta años pero un nuevo aniversario nos vuelve
a plantear la necesidad de debatir sobre nuestro pasado como único
modo de superarlo. En Casas Viejas ya no hay sitio para el silencio.
Los lugares albergan ahora representaciones, exposiciones y
tertulias. Sus habitantes han apostado por romper una espiral de
olvido para sacar todo el dolor hacia fuera y mirar a la historia de
frente y hacernos a todos partícipes de la memoria de unos hombres
que soñaron con un reparto más justo de la propiedad de la tierra y
una nueva formar de organizar las relaciones laborales.
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