Conducir
en Noruega es una experiencia en sí misma. Hay una sorpresa
esperándonos detrás de cada
curva. No debe haber sido nada fácil construir estas carreteras, se
atraviesan un sin fin de islas, glaciares, cascadas y fiordos, y
cuando el fiordo es demasiado ancho para construir un puente o un
túnel, la travesía se tiene que efectuar en ferry. La
mayoría de los fotos que se muestran en este reportaje han sido
captadas desde un vehículo en movimiento. Algunas movidas, en otras
aparece mucho asfalto, incluso otros vehículos ocupando la calzada,
adolecen de un encuadre adecuado y todas en general ofrecen una
realidad parcial porque resulta difícil recoger tantas sensaciones.
Es el peaje que tenemos que pagar por intentar captar uno de los
lugares más espectaculares del mundo para viajar.
La carretera que
hemos recorrido no es una de las esas vías turísticas tan valoradas
que nos transportan a lugares remotos. Pero es la única que, siempre
paralela a la costa atlántica, atraviesa la totalidad de los
fiordos, constituyendo además una ruta fundamental para la vida y el
desarrollo de este país nórdico. Sin duda un compendio, la síntesis
más completo, que bien podría resumir muchas de sus bellezas. Una
carretera, la E 39, que cruza la zona de los fiordos noruegos de
norte a sur, consideraba en todas las guías como uno de los lugares
más bellos para conducir y dejarse llevar por paisajes de ensueño.
Es cierto que
conducir nos puede dar la libertad y el acceso a las atracciones
naturales del camino. Pero resulta imposible pretender parar el coche
en cada momento para disfrutar del paisaje o sacar fotos porque esta
carretera es un espectáculo constante. Como una película que se
proyecta delante de nuestros atónitos ojos sin dejar de aferrarnos
al volante. Si nos detenemos parece que vamos a interrumpir la
proyección. Es preferible que continúe. Se atraviesan lugares
idílicos. Fiordos, lagos, cascadas, ríos, playas, montañas
nevadas y valles de una vegetación exuberante. Paisajes en estado puro. Parece que la huella del hombre no ha alterado todavía
estos parajes vírgenes. Resulta imposible pretender asimilar tantas
imágenes. Unos segundos y miles de sensaciones que tenemos que
guardar para toda la vida. Detrás de cada curva, un paisaje de
postal; de cada montaña que dejamos atrás, un horizonte de ensueño
en una sucesión constante de sensaciones vertiginosas. Un espectáculo
del que podemos ser privilegiados testigos sin movernos de nuestros
asientos. Y aunque tengamos la tentación de echar el freno, la
mayoría de las veces no podremos hacerlo, porque muchas veces no
existen arcenes, ni miradores, porque circulamos por carriles muy estrechos.
Tenemos que conformarnos con disfrutar de ese documental y soñar con
que este viaje no se acabe nunca.
Por otra parte, un
viaje de esta naturaleza exige programar bien en función del número
de ferrys que tengamos que tomar. Existen algunas posibilidades de
salirnos de la arterías principales y tomar otros desvíos para
evitar algún barco, pero casi nunca merece la pena porque se puede
alargar el viaje innecesariamente. En nuestro caso, hemos seguido
rutas distintas de ida y vuelta a nuestra base de Bergen. En
resumidas cuentas, hay que tomarse un tiempo para planificar. No es
un viaje al uso. El combustible aquí es algo más caro, no existen
excesivas gasolineras ni áreas de servicio, se puede descansar en
algunas zonas habilitadas pero no pasar la noche. Las luces de cruce
siempre encendidas, y los límites de velocidad, entre 30 y 50
kilómetros por hora en las ciudades y hasta 80 como máximo por las
carreteras. Una conducción ecológica.
Nuestro viaje
discurrió entre las ciudades de Stavanger y Alesund, distante unos
600 kilómetros. La ruta en sí es muy fácil, sólo hay que seguir
la indicaciones de la E 39. Lo que resulta difícil es calcular el
tiempo a emplear para cubrir los diversos tramos. A veces la
velocidad media puede ser de 40 por hora, porque raramente se
autoriza a pasar de los 80. A las carreteras estrechas le suceden
tramos sobre mar que nos exigen tomar constamente ferrys. En casi
toda la fachada atlántica, sobre todo en la zona de Bergen, llueve
casi todos los días del año, donde más lo hace de Europa, y eso
puede retrasar el viaje. Por todo ello los horarios que se no ofrecen
son soló estimativos. No cubren los enlaces marítimos ni las
esperar para embarcar, por lo que hay que dejar siempre cierto margen
para todas estas incidencias.
Partimos de la
región de de Rogaland, cerca de la importante ciudad de Stavanger,
junto al fiordo de Lyse, una zona de formaciones rocosas de impacto.
Nada más salir de la ciudad la ruta nos lleva por túneles
submarinos de más de 10 kilómetros y enseguida, tras un gran puente
trazado sobre una serie de islas, hay que tomar un primer barco para
superar un largo trayecto marítimo. Estos barcos, como minicruceros,
son un respiro en el camino porque podemos descansar y tomar algo
mientras disfrutamos del paisaje costero. Ello, además, nos iba a
venir muy bien porque, en nuestro caso, emprendimos el viaje al final
de una dura jornada en la roca del Preikestolen. De vuelta a la
carretera, apreciamos un incremento de la circulación, largas filas
de coches y conductores muy disciplinados sin rebasar nunca los
límites de velocidad. Pasamos cerca de la ciudad vikinga de
Haugesund. Nuevo ferry hasta las islas. Ahora experimentamos esa
sensación absoluta de libertad y de paz que nos transmite la
exuberante naturaleza que nos rodea y un horizonte infinito. Miremos
donde miremos, unas vistas de impacto. En Leirvik, en la isla Stord,
tendremos que decidir porqué zona vamos a conducir ya que existen
varias opciones para continuar por la parte oriental u occidental.
Pasamos cerca de Ulvik, ciudad situada en el fiordo del mismo nombre.
Comprobamos que, efectivamente, no abundan las áreas de servicios.
Tras más de seis horas, mucha lluvia, y tres ferrys, llegamos a
Bergen con las últimas luces.
La segunda parte
del viaje se realizó entre este antiguo puerto hanseática y la
ciudad de Alesund. Nos espera un horizonte de bosques, valles y
montañas, aún nevadas en verano. Naturaleza virgen apenas tocada
por el hombre. El día está despejado y luce un espléndido sol.
Definitivamente, conducir se vuelve mágico. Casas de madera,
lagos de color turquesa, antiguas iglesias y un extraordinario perfil
el que dibujan las montañas. Al viajar hacia el norte los días son
cada vez más largos por lo que tendremos luz natural garantizada
hasta después de las 24 horas, porque en esta época del año, en
esta parte del mundo no se conoce la oscuridad. Carreteras estrechas
interrumpidas por cascadas salvajes que se precipitan por las laderas
y montañas nevadas que se reflejan en los fiordos para darle esos
tonos turquesas. De Oppedal hasta Lavika navegamos a través del
Fiordo de los Sueños (Sognefojrd) y después debemos seguir paralelo
a esta masa de agua hasta girar al norte buscando la ciudad de Forde.
Los fiordos nos invitan a tomar tentadores desvíos, pero no se puede
perder la costa exterior en ningún momento. Más hacia el norte
tenemos que coger tres ferrys más, casi seguidos. Navegación hasta
Volda y otro salto más hasta Solavanger. Hasta que divisamos en la
lejanía la idílica ciudad de pescadores de Alesund, una ciudad
milagrosa, construida en medio de un conjunto de islas, con una
interesante concentración de edificios modernistas y meca del art
nouveau. Para llegar aquí hemos realizado el tramo más largo, de
casi 400 kilómetros, que se han cubierto en unas once horas,
incluyendo las cuatro conexiones con ferrys que han sido necesarias,
pero no hemos tenido que salir en ningún momento de la ruta trazada
inicialmente. Una prueba de fuego para los conductores por la
dificultad para mantener los ojos en la carretera y no perder la
concentración ante la naturaleza imponente que la rodea.
Tras Alesund, y
pese a que todo invita a ello, dejamos para otra ocasión continuar
por la E 39 en dirección a Tronkheim, hacia el norte, donde conecta
con la conocida carretera del Océno Atlántico, ejemplo de
compenetración entre el ser humano y la naturaleza. Decidimos
dirigirnos hacia el interior en busca de lugares de belleza extrema,
como el fiordo de Geiranger o el parque de los Glaciares de
Jostedalsbreen que documentaremos en otras entradas.
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