viernes, 29 de septiembre de 2017

La experiencia de la travesía Gibraltar-Ubrique




Hace ahora 16 años que el rutero ubriqueño Juan Carlos Huércano partió de su pueblo en dirección a la comarca del Campo de Gibraltar sin saber a ciencia cierta adónde lo llevarían aquellos senderos. Había oído decir a su padre que en cierta ocasión por esos andurriales había llegado hasta Algeciras. Por lo que, una noche de septiembre de 2001, se animó a descubrir por su cuenta aquellos caminos, en otro tiempo tan transitados, pero entonces aislados del mundo. Llegado a Jimena, se animó a seguir hasta Castellar, en cuya fortaleza pasó la siguiente noche hasta que la lluvia lo despertó bien temprano. Se propuso continuar y para su sorpresa terminó frente al Peñón de Gibraltar.
Al año siguiente repitió la experiencia sin saber muy porqué y al otro una persona se animó a acompañarle. Poco a poco consiguió que lo siguieran otros senderistas al mismo tiempo que daba forma a lo que iba a ser una apuesta personal. Aquellos caminos que separaban la Sierra gaditana de la colonia inglesa y que habían alimentado tantas historias eran de una belleza extraordinaria. Repitiendo cada año la ruta en un sentido o en otro, llegando incluso a partir desde lo más alto del Peñón, consiguió implicar cada vez a más personas, gracias también a la colaboración de los clubes senderistas por los que ha pasado. Primero fue Tritón de Prado del Rey y posteriormente los 3 Caminos de Ubrique,
Finalmente, el club ubriqueño asumió la organización de una prueba que había sido incluida en 2015 en el calendario  de la Federación Andaluza de Montañismo. En la edición de 2016 fueron unos 90 los inscritos para pasar este año a 180 participantes. A pesar de este rápido incremento, la prueba no ha perdido un ápice de la impronta que le daría su promotor. Nunca ha tenido carácter competitivo y destaca por ese clima de camaradería que llega a contagiar a todos, gozando de merecida fama por la complicidad, cooperación y solidaridad que se establece entre los participantes y entre éstos y la organización.
Tampoco le faltan atractivos paisajísticos, históricos y culturales. Desde el kilómetro cero hasta el último. Una prueba que invita también a compartir experiencias tales como el atardecer a la sombra del Peñón, con la reserva natural presidiéndolo todo, la noche cerrada en la travesía por la Sierra Carbonera, la frondosa vegetación y las arenas del Pinar del Rey, en San Roque, la llegada a la Almoraima y la subida nocturna por la calzada medieval de Castellar hasta su fortaleza y el amanecer con el castillo de Jimena en el horizonte. Posteriormente los senderistas han de enfrentarse al muro que representa la subida de la Asomadillas, para posteriormente emprender la  travesía por el corazón del Parque Natural de los Alcornocales, zona alejada de carreteras y caminos. Y finalmente, experimentar la alegría infinita que representa la visión de Ubrique en la lejanía, las primeras panorámicas del Parque Natural de Grazalema y el recorrido por las calles de la localidad gaditana entre aplausos. Todo ello pasando desde el nivel del mar hasta los 800 metros de cota máxima, desde la  humedad nocturna del Pinar del Rey al calor del último tramo.
Las administraciones públicas también han ido tomando conciencia del potencial de esta prueba. Así, por primera vez los senderistas fueron despedidos por el ministro de Cultura y Deportes de Gibraltar y a lo largo del recorrido fueron saludados por los alcaldes de Jimena y Ubrique. 
El ambiente de colaboración hace posible el sueño de muchos de afrontar una travesía de un centenar de kilómetros. Es el compromiso que suscriben cada año más personas con el deporte, la naturaleza y la cultura.  






















































  

(El reportaje fotográfico recoge la primera parte de la prueba, entre Gibraltar y Jimena de la Frontera)

martes, 19 de septiembre de 2017

Duna de Pilat, Arcachon (Francia)


Situada en la costa de Aquitania, a menos de una hora de la ciudad de Burdeos, esta mole de arena frente al Atlántico de casi 3 kilómetros de norte a sur y 500 metros de este a oeste es uno de los sitios más visitados por los franceses. Está considerada como la más alta de Europa, su cresta tiene más de 100 metros de altura y constituye toda una experiencia subir a lo más alto de esta formación arenosa.
Para llegar allí tenemos que dirigirnos a la ciudad de Arcahon, destino veraniego del turismo adinerado del país vecino. El coche lo podemos dejar en un cómodo aparcamiento dentro de una zona de servicios que siempre está repleto de visitantes, ya que se ha convertido en el segundo destino turístico galo. Hay que tomar un corto sendero, perfectamente indicado, rodeado de pinos que nos lleva directamente a  la parte posterior de la duna. Durante los meses de verano se pone una escalera de plástico y unas cuerdas a ambos lados para hacer la subida accesible a todo el mundo.
Una vez arriba nos encontramos con un excelente mirador de un entorno que, se mire donde se mire, recompensa por sí solo el viaje. A un lado un mato verde formado por los pinos del bosque de Las Landas y a otro el azul del mar y los bancos de arena de la bahía de la ciudad Arcachon. Podemos optar por bajar a la playa o recorrer varios kilómetros por la cresta de esta montaña arenosa. Aunque en nuestro caso el fuerte viento hacía complicada la excursión. En cualquier caso, ya de regreso, pocos se resisten a bajar rodando por las laderas de arena.