Hacía
tiempo que un grupo de profesores del I.E.S. Sierra Luna de Los
Barrios deseaba hacer la ruta senderista que une las estaciones
ferroviarias de Cortes y Gaucín o, lo que es lo mismo, las pedanías
corteñas conocidas como La Cañada del Real Tesoro y El
Colmenar. Nuestra intención era visitar el famoso monumento natural
del Cañón de Las Buitreras. Así, el pasado 9 de mayo, un grupo de
veintiuna personas, integrado en su mayor parte por compañeros del
citado centro educativo al que se unían varios amigos de diferente
procedencia, tomaba el tren, desde Algeciras unos y desde la Estación
de San Roque otros, rumbo a Cortes de la Frontera.
Sobre
las siete y media de la mañana el grupo desayunaba en La cañada del
Real Tesoro entre presentaciones de los que no se conocían y
partidas de futbolín de los más animosos. Iniciamos el sendero
hacia el sur por las calles de la pequeña localidad y salimos de la
misma por el camino paralelo al río Guadiaro acompañados por los
cantos de los pájaros que ya a esas tempranas horas se afanaban en
buscar alimento para sus crías en las numerosas huertas que nos
flanqueaban. Los bardos de las mismas aparecían repletos de flores,
especialmente rosas de todas las variedades posibles que lucían
espectaculares dada la fecha.
Al
poco de salir del pueblo cruzamos el río por un pequeño puente de
hormigón bajo el que corrían presurosas y límpidas las aguas que
se encontrarían en algún momento con el Mediterráneo en
Sotogrande. Era ahora cuando realmente comenzaba el sendero que en
esta parte del recorrido coincide con la Cañada Real de Gibraltar.
En esta primera etapa disfrutamos con la contemplación de magníficos
ejemplares de encinas que flanqueaban el camino.
Unos
kilómetros más adelante cruzamos un afluente del Guadiaro, el
arroyo Salado o del Salitre y comenzamos el ascenso hacia el
puerto de La Fresneda. A nuestra derecha cada vez se veía más claro
en la lejanía el caserío de Cortes de La Frontera al pie del macizo
de Líbar. El repecho del Cortijo de La Fresneda haría que el grupo
se estirase un poco por lo que hubo que hacer parada de
reagrupamiento que fue aprovechada por los caminantes para ponerse
todo tipo de cremas protectoras ya que el sol comenzaba a pegar de lo
lindo. Cuando superábamos el puerto descubrimos al lado del camino
los restos de una pequeña era para la trilla del cereal realizada
mediante un murete de piedras que permitía nivelar el terreno. Dado
el tamaño de la misma suponemos que era dedicada a la agricultura de
subsistencia que debió practicarse en la zona hasta hace
relativamente poco tiempo.
Culminada
la subida volvimos a retomar las vistas sobre el valle del Guadiaro
que serpenteaba junto a la vía del ferrocarril Bobadilla–Algeciras
el cual se adapta al estrecho valle apareciendo y desapareciendo en
varios túneles casi consecutivos. El carril que recorremos se excava
sobre la ladera del cerro del Panderón mientras que al otro lado del
valle se nos enfrenta el cerro de la Pajarraquera. Excepto algunos
quejigos, la vegetación está compuesta fundamentalmente por
matorral esclerófilo nacido tras un terrible incendio que arrasó la
zona hace como una década. No obstante, las vistas sobre el valle
cada vez son más interesantes.
Un
ligero descenso nos acerca más al río y un mirador natural dotado
de un cartel explicativo nos muestra la entrada al Cañón de Las
Buitreras. A lo lejos observamos cómo el río se adentra en la
montaña a través de un estrechísimo pasadizo abierto en el paisaje
kárstico de la zona. Según algunos, la caliza ha sido horadada
durante milenios por las aguas del río excavando el formidable tajo
de más de cien metros de altura por muy pocos de anchura. Para otros
el cañón es obra de un gran cataclismo que fracturó la montaña en
un momento dado. Sea como fuere el espectáculo natural es
impresionante.
Espoleados
por la curiosidad los caminantes aceleran su paso para alcanzar el
cortijo del Duque, conjunto de ruinas muy cercano al tajo que puede
ser considerado como paradigma de lo que fue la vivienda rural de
esta zona montañosa. Al lado, otra era similar a la que ya hemos
descrito y diversos bancales que debieron servir para el cultivo de
las verduras de consumo de los habitantes de la cortijada. En este
punto decidimos alterar algo nuestra ruta y, en vez de descender
hacia el puente de Los Alemanes, seguimos por la margen izquierda del
río hasta acercarnos al borde mismo del cañón. Allí, subidos a
las rocas que mostraban los anclajes de acero de los intrépidos
escaladores que descienden al fondo del cañón, contemplamos a
decenas de buitres desplegando sus vuelos desde los bordes del
cortado donde tenían sus nidos. Alguno de los caminantes se jugó el
tipo para obtener algunas de las fotos que se acompañan.
De
nuevo en el cortijo del Conde iniciamos el descenso hacia el puente
de Los Alemanes que bien debiera llamarse acueducto de Los Belgas ya
que es una conducción de agua hacia la central hidroeléctrica de El
Colmenar y la construyeron ingenieros belgas a principios del siglo
pasado. El camino ha sido habilitado, especialmente en su parte de
acceso al puente, habiéndose tallado escalones en la roca y
dispuesto cables de acero a manera de barandillas de sujeción. Es
esta la parte más espectacular del recorrido. Desde el puente, que
apenas tiene pretil, se tienen unas vistas impresionantes del cañón.
El rumor del agua y la densa vegetación de las paredes te hacen
pensar en lugares mucho más húmedos. Los vuelos de las palomas
bravías y las chovas piquirrojas atraen las miradas de los más
aficionados a la ornitología que se afanan en descubrir al huidizo
mirlo acuático del que se supone su presencia en la zona.
Salimos
del puente hacia la margen derecha del Guadiaro atravesando un
pequeño y oscuro túnel y tras una breve parada para tomar un
tentempié abordamos la parte más dura del recorrido. Se trata de
coronar el puerto del Oso. Durante un corto pero empinadísimo tramo
los caminantes empiezan a sentir sobre sus espaldas un sol de
justicia que les hace agotar sus reservas de agua. Llegados al
pequeño torcal que hace de divisoria se abre ante nuestros ojos una
increíble vista del valle. El río adopta colores fantásticos:
turquesa, aguamarina, plata… en función de la incidencia de
los rayos solares y, extasiados por la vista, iniciamos el descenso
hacia El Colmenar. A nuestra derecha observamos atónitos la extraña
obra de ingeniería realizada en la ladera de la montaña para
proteger a la vía férrea de los aludes de rocas: un largo túnel
con “ventanas” que, como una gigantesca serpiente, se pega a la
montaña.
El
descenso es serpenteante y muy pendiente pero nos encontramos con la
sorpresa de que la vereda está siendo transformada prácticamente en
una rústica escalera mediante la construcción de escalones de
piedra y traviesas del ferrocarril. La obra aún no está acabada y
se observan los materiales de construcción apilados en algunos
puntos estratégicos. A media bajada se está construyendo un mirador
desde donde observamos los enormes ejemplares de palmito (Chamaerops
humilis) que crecen sobre las paredes del acantilado. Dado su
tamaño parece que quisieran dejar de ser la “humilde palmera”
europea para emular a sus congéneres africanas y asiáticas.
Finalizado
el descenso llegamos a la salida del río del cañón en el llamado
charco del Moro, lugar bellísimo y con efecto de imán para los
senderistas agotados y muy afectados por la alta temperatura y grado
de insolación del momento. Algunos no pudieron resistir la atracción
de las transparentes aguas y no dudaron en despojarse de botas y
calcetines para dar nuevas sensaciones a sus doloridos pies.
Reiniciada
la marcha entre adelfas, fresnos y otras plantas de ribera nos
dirigimos aceleradamente hacia el punto final de nuestro itinerario.
Acompañados siempre por las aguas del río llegamos a la central
hidroeléctrica e iniciamos el descenso pegados al enorme tubo que
conduce el agua desde la cumbre de la montaña hasta las turbinas.
Atravesamos las instalaciones y pasando junto a una construcción de
estilo inglés conocida como la Casa del Ingeniero nos adentramos en
la localidad de El Colmenar donde nos esperaba una merecida comida en
el Mesón Las Flores tras la cual tomamos de nuevo el tren con
destino al Campo de Gibraltar, dando así fin a una magnífica
jornada de naturaleza, compañerismo y amistad.