Un oasis en pleno centro de Barcelona y uno de esos espacios
imposibles que aún perduran en el tiempo. Escondida en el gótico y
protegida por estrechos callejones y recovecos pero al mismo tiempo
tan cerca de la plaza Sant Jaume y de la catedral que resulta
sorprendente. Un remanso de paz en uno de los lugares con más
encanto de la ciudad donde todo parece detenerse. Tan aislada de su
entorno que resulta difícil encontrarla en medio de un laberinto de
callejuelas. Pero la recompensa es inmediata porque enseguida tenemos
la certeza de haber llegado a un lugar especial. Tras atravesar un
arco parece que el tiempo se ha detenido. Y si no hay nadie, sólo se
escucha el murmullo del agua de la fuente que preside la plaza en lo
que fue un antiguo cementerio medieval. Escenario de numerosas
novelas y películas, la serenidad y la magia definen este espacio en
el que la ciudad encuentra su equilibrio.
Pero esta plaza envuelta en la tranquilidad esconde una historia
terrible. Fue escenario de un bombardeo de la aviación franquista en
enero de 1938 que se saldó con 42 víctimas, la mayoría de ellos
niños, alumnos del colegio San Felipe, al hundirse el techo del
sótano donde encontraron refugio. Todavía son apreciables las
heridas de la guerra civil en las paredes de la iglesia que dejaron
los impactos de la metralla.
Muchos edificios tuvieron que ser reconstruidos. Sólo quedó la
fachada de la iglesia y parte de su estructura. Junto a ella se
encuentra la Congregación del Oratorio de San Felipe y aquí se
ubican también dos edificios gremiales de los caldereros y los
zapateros, donde se ha montado el Museo del Calzado Antiguo. Enigmática y conmovedora, merece la pena perderse por este entramado
de calles del barrio gótico de Barcelona para desembocar
finalmente en esta plaza mágica donde el tiempo se ha congelado.