La
última morada del presidente Kennedy. Una llama eterna recuerda al
hombre cuyo asesinato hace ahora cincuenta años marcó a toda una
generación de ciudadanos de todo el mundo. Cerca de allí, su
hermano, el senador Robert Kennedy, sólo perceptible por una
sencilla cruz. Y dominando todo el entorno, miles de lápidas
blancas sobre el verde césped e interminables filas de cruces
conmemorativas de los caídos en las guerras. Es Arlington, el
cementerio militar más famoso del mundo que ocupa unas 250 hectáreas
y alberga los restos de más de 300.000 personas, la mayoría veteranos de las fuerzas armadas, pero también están enterrados
aquí los héroes nacionales de los Estados Unidos.
Una
visita que no se olvida. Porque no podemos dejar de sobrecogernos
cuando se visita por primera vez. Testimonios que recuerdan a miles
de personas muertas en todas las contiendas en las que han
participado los Estados Unidos. También los que lucharon antes de la
guerra de Secesión fueron trasladados aquí. Desde la Guerra de la
Independencia hasta Irak.
Arlington
está situado en las afueras de Washington pero en realidad pertenece
al Estado de Virginia. Incluso se puede ir caminando desde el
Lincoln Memorial, situado en el National Mall de la capital federal. Sólo hay que atravesar un puente sobre el río Potomac y ya estamos
en Virginia. También se puede llegar en metro desde el distrito
federal siguiendo la línea azul. La visita comienza en un centro de
recepción, donde se puede recoger un mapa. El recorrido se puede
realizar en autobús con las visitas guiadas. Pero si optamos por
caminar, como fue nuestro caso, existe un itinerario bien indicado
con frecuentes señales. Siempre en ascenso, caminaremos entre
árboles floridos, prados verdes y cruces blancas. Pasear entre
lápidas que nos van a contar la historia de los Estados Unidos. Y
subiendo por estas suaves colinas, no es extraño encontramos con un
entierro militar. Contagia el silencio y respeto con que los
norteamericanos recuerdan a sus caídos. Pronto
llegamos a la tumba más visitada, donde yace John F. Kennedy junto a
su esposa Jacqueline y dos de sus hijos que murieron en la infancia.
Y detrás, la mansión Custis-Lee, de estilo griego clásico. Pero
la parte central de esta necrópolis la ocupa la Tomb of the
Unknowns, donde centinelas custodian las 24 horas esta tumba de
los Desconocidos y realizan la ceremonia del cambio de guardia en un
vistoso ritual en el que rompen con sus pasos el silencio.
Detrás
un anfiteatro que se utiliza los días en que los veteranos rinden
homenaje a sus compañeros caídos en el frente. Otros memoriales
recuerdan a los que murieron el 11 de septiembre de 2001 muy cerca
de aquí o el accidente del transbordador espacial Challenger. Desde
las alturas de estas colinas podemos ver los tejados de Washington con el obelisco en el centro y hacia la derecha, el enorme edificio
del Pentágono. Más arriba pudimos localizar el mausoleo dedicado a
los marineros norteamericanos caídos en la Guerra de Cuba, con los
restos del acorazado Maine, cuyo hundimiento, atribuido sin demasiado
fundamento a España, desencadenó el conflicto de 1898 que tendría
consecuencias fatales para nuestro país puesto que se sitúa en el
origen de las crisis militares del siglo XX. Una historia tan cercana
que todavía nos conmueve ver el mástil, la campana y anclas del
acorazado rodeados de lápidas con los nombres de todos los caídos
en el lugar más elevado de este camposanto.
Muy oportuno y lo complemento con este artículo publicado hoy en Mediodía por Casiano López Pacheco. http://mediodia.org/2013/11/21/aniversarios-2/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+mediodia+%28Revista+cultural+Mediod%C3%ADa%
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