Un viaje de 226 kilómetros en tu
interior
Texto: Javier Gil Espinosa.
“De qué hablo cuando
hablo de correr” cómo diría Hariku Murakami o, al caso, de “de
qué hablo cuando hablo de afrontar un triatlón distancia Ironman”
podrían ser otros títulos para explicar las sensaciones que el
amigo Antonio me solicitaba tras realizar la prueba de triatlón
IBERMAN celebrada entre España (Huelva) y Portugal el día 5 de
octubre de 2013.
Los kilómetros aludidos
hay que calificarlos en función de su distribución porque, de lo
contrario, podríamos caer en errores de consideración.
Son muchos quienes
preguntan por el “puesto que has quedado” o “todas las cosas
que dejas de hacer – normalmente en referencia a beber alcohol-
para preparar una prueba de estas características”, evidentemente
no es mi intención juzgarles porque muchos son amigos e incluso
familia pero si ha sido tu pensamiento al leer el primer párrafo te
aconsejo dejes la lectura y te tomes un cubata, ¡a mi salud!
Sin lugar a dudas,
afrontar una prueba de estas características requiere una dedicación
entre 10 y 14 horas semanales de entrenamiento, los cual no
condiciona la vida profesional y personal en absoluto.
Centrándome en la prueba
y, mis sensaciones, no puedo negar que cuando sonó el despertador a
los 5:00 horas no pasaba otro pensamiento por mi cabeza que por qué
estaba allí. Te levantas y bajas a desayunar, con el primer café y
el ambiente del restaurante empiezas a soñar de nuevo, a soñar con
terminar la prueba, a soñar con no sufrir, a soñar con experiencias
únicas.
Armado con el neopreno y
en la oscuridad de la noche preparas la máquina de rodar y los
últimos detalles mientras saludas a compañeros y, poco a poco, el
sol va marcando los tiempos.
La adrenalina se dispara
al contacto con el agua del mar, por un lado el miedo a la melé en
un medio “enemigo” como es el acuático y por otro al test que
servirá para juzgar el trabajo de un año completo de entrenamiento.
Ya no hay vuelta atrás, ¡disparo!, y a buscar la primera boya en el
mar. Afortunadamente, me sitúo entre un buen grupo de nadadores y la
temperatura del agua es agradable, sobre todo considerando que son
las 8,14 horas de la mañana. Para mi sorpresa, salgo del agua en 40
minutos con 1,9 kilómetros nadados y “entero” físicamente, así
que de nuevo al agua y ¡a disfrutar! Mientras tiro de la cremallera
de mi neopreno y corro en busca de mi bicicleta, miro el crono que
marca 1 hora y 21 minutos a mi salida del agua, completando los 3
kilómetros y 800 metros de nado.
No ha prisa, esto es muy
largo, así que me quito toda la arena de los pies, me aseguro de
coger la comida, herramientas y útiles necesarios y comienzo a
“cabalgar” en solitario. El recorrido en bicicleta acumulaba 2000
metros de desnivel de ascenso pero nos aseguraban que la segunda
parte sería llevadera y nos beneficiaría. Nada más lejos de la
realidad, los 180 kilómetros fueron un sube/baja continuo y, para
colmo, los primeros 90 kms con un viento considerable en contra. Así
que, “piano-piano”, rápidamente decidí que mi intención de
rodar a una media de 30 Km/hora y completar el recorrido en 6 horas
sería una temeridad. Por tanto, me preocupé de avituallarme
correctamente mientras mantenía un ritmo medio de pedaleo. El ánimo
del numeroso público, el calor de todos los voluntarios en los
puntos de avituallamiento y de control hacía que los kilómetros y
minutos no pesasen. Para mi sorpresa, pronto me encuentro en el
kilómetro 150 de pedaleo con el cuerpo aún rebosante de energía, y
la mente lúcida recordando lo vivido pero temerosa a comenzar la
maratón.
La bicicleta ha cumplido
sin contratiempo mecánico y se merece descansar en la T2 (transición
2), después de 6 horas 40 minutos de trabajo continuo y solitario.
Todo mi temor se centra
en la respuesta muscular tras calzarme las zapatillas y comenzar el
trote suave, “como comiencen los calambres será una tortura”,
pero mi temor se va convirtiendo en confianza cuando compruebo que
metro tras metro puedo ampliar la zancada e ir restando kilómetros
con una carrera alegre. Sin embargo, los años no pasan en balde, y
ya son muchos los kilómetros recorridos en solitario durante los
entrenamientos y otras pruebas deportivas para dejarme llevar por un
estado de euforia que no hubiese acabado de otra forma que con
fracaso deportivo. De hecho, y gracias, a mantener un ritmo uniforme
y controlado, puedo superar, inmerso en la preciosa marisma, la
distancia entre los kilómetros 20 y 25 de carrera, cuando llegó el
momento de demostrar mi fortaleza mental para evitar comenzar a
caminar y, posiblemente, convertir el final de la prueba en un
sufrimiento continuo.
Aún así, a partir de
ese kilómetro 25 de carrera, calculo que unas 10 horas de esfuerzo
continuo, comienzo a experimentar sensaciones físicas y mentales que
ninguna otra prueba deportiva ni personal me había aportado. Pero
como los kilómetros eran previsibles, el organizador se había
encargado de que las condiciones no lo fuesen. Es por ello que me
encuentro con 2 kilómetros de arena blanda entre un hermoso pinar
antes de afrontar el paseo marítimo que me lleva a pasar por zona de
meta, pero restando aún 10 kilómetros para completar los 42,2 Km.
de carrera.
Las emociones me superan
al oír al público y pensar que el reto está prácticamente
conseguido pero, como todo fondista conoce, la razón y el
conocimiento propio deben imponerse a los sentimientos. Y vuelvo a
sorprenderme, soy capaz de regular mi esfuerzo a sabiendas de que los
10 últimos kilómetros de carrera podrían hacerse insoportables.
¡Qué me alegro! Cuando
llegamos al final del paseo marítimo y nos desvían hacia la playa,
¡más arena! ¡¡NO!! ¡Habían dicho que quitaban la arena y
corríamos el final en el paseo marítimo! ¡Menos mal que regulé!
¡Durísimo! ¡Demoledor! ¡Arena dura en la orilla pero con mucha
inclinación! ¡Soledad absoluta! ¡Tramos largos inevitables de
arena blanda! ¡Sumamos 6 nuevos kilómetros de arena entre playa y
zona de dunas!
De nuevo en el paseo
marítimo, cada zancada acercaba más las luces y la voz del
“speaker”, ya no eran zancadas eran batidos de alas, parecía que
estaba tocando el agua del mar con los pies en esos momentos, como si
el tiempo entre las 8.14 h. de la mañana y las 20.30 de la noche no
hubiese existido a pesar de haber recorrido unos 224 kilómetros.
Si has llegado a este párrafo, eres de
los que pueden imaginar lo que pasa por la cabeza en esos momentos y
entenderás que la satisfacción personal es enorme al acordarte de
la gente que te rodea en el día a día, de las personas a las que
quieres. La vida toma sentido en sí misma y sabes que te conoces
mejor, que has recorrido 226 kilómetros en tu interior durante 12
horas y 21 minutos.
¡El límite lo pones tú!
(Javier Gil es doctor en Educación
Física y Triatleta)
Salida con las primeras luces.
El autor del reportaje en una imagen captada en otra prueba.
Javier Gil (derecha) al final de la prueba.