Las tonalidades del verde van cambiando
gradualmente conforme nos vamos acercando. Y la primera visión, desde el
mirador de Los Jazmines, quita el aliento. Todo invita a no interferir en esta
naturaleza en estado puro; por lo que el silencio parece obligado. Esta
complicidad hace que en el valle de Viñales nos sintamos por unos segundos como en el jardín del Edén. Ante nosotros un mar verde en el que se van alternando
palmerales, campos de tabaco y montañas muy antiguas cubiertas de vegetación
que parecen panes de azúcar. Los famosos
mogotes son como pequeños promontorios redondos que pueden adoptar una
diversificación de formas.
Tenemos la impresión que ya hemos estado
aquí antes. Este paisaje lo hemos imaginado alguna vez. Es como un dibujo que
nos retrotrae a muchos años atrás, al territorio de la infancia. Todo es tan
perfecto y sobrecogedor, que nos parece que allí abajo no vive nadie. Pero la
vida fluye bajo ese manto verde. Las tierras rojizas marcan los caminos y
existe un ir y venir constante de campesinos con sus tiros de caballos. Y a
poco que nos vayamos acercando veremos los distintos tipos de cultivos. Las
cabañas son secaderos de tabaco.
Los mogotes parecen formaciones
geológicas muy frágiles y la erosión ha abierto cavidades subterráneas. Por lo
que en su interior existen largas galerías y discurren ríos con cascadas. En
este sentido visitamos las Cueva del Indio, donde una lancha nos lleva por su
río subterráneo, y la de San Miguel. Tampoco hay que perderse el denominado
Mural de la Prehistoria, un gigantesco fresco pintado en una roca.
El valle de Viñales y las sierras que lo
rodean fueron declarados por la UNESCO en 1999 Patrimonio Natural de la
Humanidad. Se encuentra en la parte occidental de la isla de Cuba, en la
provincia de Pinar del Río, a unos 180 kilómetros al oeste de La Habana. Su
centro neurálgico es el municipio del mismo nombre que se ha convertido en uno de los principales centros turísticos cubanos.