Hay días que parecen diseñados para
poner a prueba la afición al senderismo de cualquiera. Días en los que hace
falta algo más que esa fuerza que nos empuja cada fin de semana a madrugar para
hacer kilómetros y superar desniveles. Días en los que quizá sea necesario
recurrir a ciertas dosis de locura para superar algunas pruebas que nos va
poniendo en el camino la propia naturaleza para acometer algunas empresas. Es
difícil de explicar y más difícil todavía entenderlo por quien no haya
experimentado todas las sensaciones que puede depararnos el senderismo. Porque
en el fondo todos somos conscientes que en la montaña cada paso, cada esfuerzo,
encuentra una rápida recompensa.
En la última ruta organizada por el
club senderista Camino y Jara el amanecer nos recibió con todos los
elementos en contra. Sin solución, y nada más bajarnos del autobús, de manera
brusca los indiscutibles protagonistas de la mañana pasaron a ser la lluvia,
las fuertes rachas de viento, el frío y la niebla. El horizonte no era otro que
ascender hacia las alturas donde estos elementos se manifiestan en toda su
plenitud y, a monte abierto, se hacen más presentes a cada paso para mostrarnos
lo indefensos que podemos llegar a ser. Pero es cierto que tras la tempestad
llega la calma y que después de horas a merced de estos elementos podemos
también ser testigos privilegiados del espectáculo de la naturaleza.
La caminata comenzó en la zona del
Cuartón, entre Algeciras y Tarifa, para efectuar un rápido ascenso hacia una
zona de antenas, visibles desde casi toda la comarca del Campo de Gibraltar,
conocida como Tajo de las Escobas o de la Corzas, desde donde los días claros
se puede disfrutar de extraordinarias panorámicas de las dos orillas del
Estrecho. Pero en esta ocasión la niebla y las dificultades meteorológicas
hacían imposible cualquier visión e incluso detenerse mucho tiempo en esta
cota. Por lo que se continuó por el cortafuegos en dirección a la Sierra de
Ojén hasta que iniciamos un descenso por un canuto próximo al río Los Molinos
buscando la pista que conecta con la carretera de Tarifa a Facinas.
Descubrimos que en este canuto,
siempre en bajada, nos esperaba esa recompensa que nos tenía reservado el monte
y que de alguna manera andábamos buscando. Sin duda uno de los lugares más
verdes, recónditos y poco conocidos del Parque de los Alcornocales. El ambiente
húmedo de estos canutos ha permitido un microclima que nos atrapa enseguida. Un
paisaje cubierto de musgos, líquenes, hiedras y helechos. Además la persistente
lluvia y la niebla parecían ahora aliarse con el paisaje. La marcha se hizo
inevitablemente más lenta y todos sacamos las cámaras para detener el tiempo y
llevarnos algo de este lugar mágico.
La salida de este canuto coincidió
con una mejora del tiempo y aprovechamos para recuperar fuerzas y cambiarnos. A
lo lejos ya se divisaba el tarifeño Santuario de la Luz y detrás la Sierra de
Enmedio, y a un lado las Sierras de Fates y de Ojén. Superamos el río Los
Molinos, todavía con poco agua, y paramos frente a lo que se conoce como chozos
moriscos. Pasamos también junto a unos abandonados y sorprendentes
alojamientos rurales perfectamente integrados en el paisaje. Un último esfuerzo
por una pista que cogemos junto a una central eléctrica nos lleva, tras casi
diez horas de enormes sensaciones, hasta el autobús de regreso.