jueves, 28 de noviembre de 2013

"Triángulo Daliniano (Figueras, Cadaqués y Port Lligat)" por Lola Sastre





La huella de Salvador Dalí pervive en la comarca gerundense del Ampurdán. Nacido en Figueras, vivió en diferentes partes del mundo, pero nunca quiso perder de vista ni alejarse demasiado de estos paisajes que tendrían una importancia  capital en toda su obra. Por ello visitar estos lugares es reconstruir su trayectoria artística y vital. En Figueras se encuentra el Teatro Museo Dalí que expone buena parte de su legado, la luz de sus obras la podemos encontrar en el antiguo pueblo de pescadores de Cadaqués, donde el pintor pasó diferentes etapas de su vida, y finalmente en Port Lligat se encuentra la Casa Museo donde vivió con Gala, su mujer y musa.  






La profesora Lola Sastre es la autora de estas imágenes captadas este mismo otoño en estos paisajes que sirvieron de fuente de inspiración de este pintor surrealista que luego plasmará en sus obras. 






Gerona

Gerona

Cadaqués

Casa Museo de Port Lligat

Teatro Museo Dalí de Figueras 




jueves, 21 de noviembre de 2013

Cementerio de Arlington


La última morada del presidente Kennedy. Una llama eterna recuerda al hombre cuyo asesinato hace ahora cincuenta años marcó a toda una generación de ciudadanos de todo el mundo. Cerca de allí, su hermano, el senador Robert Kennedy, sólo perceptible por una sencilla cruz. Y dominando todo el entorno, miles de lápidas blancas sobre el verde césped e interminables filas de cruces conmemorativas de los caídos en las guerras. Es Arlington, el cementerio militar más famoso del mundo que ocupa unas 250 hectáreas y alberga los restos de más de 300.000 personas, la mayoría veteranos de las fuerzas armadas, pero también están enterrados aquí los héroes nacionales de los Estados Unidos.

Una visita que no se olvida. Porque no podemos dejar de sobrecogernos cuando se visita por primera vez. Testimonios que recuerdan a miles de personas muertas en todas las contiendas en las que han participado los Estados Unidos. También los que lucharon antes de la guerra de Secesión fueron trasladados aquí. Desde la Guerra de la Independencia hasta Irak.

Arlington está situado en las afueras de Washington pero en realidad pertenece al Estado de Virginia. Incluso se puede ir caminando desde el Lincoln Memorial, situado en el National Mall de la capital federal. Sólo hay que atravesar un puente sobre el río Potomac y ya estamos en Virginia. También se puede llegar en metro desde el distrito federal siguiendo la línea azul. La visita comienza en un centro de recepción, donde se puede recoger un mapa. El recorrido se puede realizar en autobús con las visitas guiadas. Pero si optamos por caminar, como fue nuestro caso, existe un itinerario bien indicado con frecuentes señales. Siempre en ascenso, caminaremos entre árboles floridos, prados verdes y cruces blancas. Pasear entre lápidas que nos van a contar la historia de los Estados Unidos. Y subiendo por estas suaves colinas, no es extraño encontramos con un entierro militar. Contagia el silencio y respeto con que los norteamericanos recuerdan a sus caídos. Pronto llegamos a la tumba más visitada, donde yace John F. Kennedy junto a su esposa Jacqueline y dos de sus hijos que murieron en la infancia. Y detrás, la mansión Custis-Lee, de estilo griego clásico. Pero la parte central de esta necrópolis la ocupa la Tomb of the Unknowns, donde centinelas custodian las 24 horas esta tumba de los Desconocidos y realizan la ceremonia del cambio de guardia en un vistoso ritual en el que rompen con sus pasos el silencio.

Detrás un anfiteatro que se utiliza los días en que los veteranos rinden homenaje a sus compañeros caídos en el frente. Otros memoriales recuerdan a los que murieron el 11 de septiembre de 2001 muy cerca de aquí o el accidente del transbordador espacial Challenger. Desde las alturas de estas colinas podemos ver los tejados de Washington con el obelisco en el centro y hacia la derecha, el enorme edificio del Pentágono. Más arriba pudimos localizar el mausoleo dedicado a los marineros norteamericanos caídos en la Guerra de Cuba, con los restos del acorazado Maine, cuyo hundimiento, atribuido sin demasiado fundamento a España, desencadenó el conflicto de 1898 que tendría consecuencias fatales para nuestro país puesto que se sitúa en el origen de las crisis militares del siglo XX. Una historia tan cercana que todavía nos conmueve ver el mástil, la campana y anclas del acorazado rodeados de lápidas con los nombres de todos los caídos en el lugar más elevado de este camposanto.





















































































martes, 5 de noviembre de 2013

"Viaje al interior del Triatlón Iberman (Huelva- Portugal)" por Javier Gil Espinosa.

Un viaje de 226 kilómetros en tu interior

Texto: Javier Gil Espinosa.


“De qué hablo cuando hablo de correr” cómo diría Hariku Murakami o, al caso, de “de qué hablo cuando hablo de afrontar un triatlón distancia Ironman” podrían ser otros títulos para explicar las sensaciones que el amigo Antonio me solicitaba tras realizar la prueba de triatlón IBERMAN celebrada entre España (Huelva) y Portugal el día 5 de octubre de 2013.

Los kilómetros aludidos hay que calificarlos en función de su distribución porque, de lo contrario, podríamos caer en errores de consideración.

Son muchos quienes preguntan por el “puesto que has quedado” o “todas las cosas que dejas de hacer – normalmente en referencia a beber alcohol- para preparar una prueba de estas características”, evidentemente no es mi intención juzgarles porque muchos son amigos e incluso familia pero si ha sido tu pensamiento al leer el primer párrafo te aconsejo dejes la lectura y te tomes un cubata, ¡a mi salud!
Sin lugar a dudas, afrontar una prueba de estas características requiere una dedicación entre 10 y 14 horas semanales de entrenamiento, los cual no condiciona la vida profesional y personal en absoluto.

Centrándome en la prueba y, mis sensaciones, no puedo negar que cuando sonó el despertador a los 5:00 horas no pasaba otro pensamiento por mi cabeza que por qué estaba allí. Te levantas y bajas a desayunar, con el primer café y el ambiente del restaurante empiezas a soñar de nuevo, a soñar con terminar la prueba, a soñar con no sufrir, a soñar con experiencias únicas.

Armado con el neopreno y en la oscuridad de la noche preparas la máquina de rodar y los últimos detalles mientras saludas a compañeros y, poco a poco, el sol va marcando los tiempos.

La adrenalina se dispara al contacto con el agua del mar, por un lado el miedo a la melé en un medio “enemigo” como es el acuático y por otro al test que servirá para juzgar el trabajo de un año completo de entrenamiento. Ya no hay vuelta atrás, ¡disparo!, y a buscar la primera boya en el mar. Afortunadamente, me sitúo entre un buen grupo de nadadores y la temperatura del agua es agradable, sobre todo considerando que son las 8,14 horas de la mañana. Para mi sorpresa, salgo del agua en 40 minutos con 1,9 kilómetros nadados y “entero” físicamente, así que de nuevo al agua y ¡a disfrutar! Mientras tiro de la cremallera de mi neopreno y corro en busca de mi bicicleta, miro el crono que marca 1 hora y 21 minutos a mi salida del agua, completando los 3 kilómetros y 800 metros de nado.

No ha prisa, esto es muy largo, así que me quito toda la arena de los pies, me aseguro de coger la comida, herramientas y útiles necesarios y comienzo a “cabalgar” en solitario. El recorrido en bicicleta acumulaba 2000 metros de desnivel de ascenso pero nos aseguraban que la segunda parte sería llevadera y nos beneficiaría. Nada más lejos de la realidad, los 180 kilómetros fueron un sube/baja continuo y, para colmo, los primeros 90 kms con un viento considerable en contra. Así que, “piano-piano”, rápidamente decidí que mi intención de rodar a una media de 30 Km/hora y completar el recorrido en 6 horas sería una temeridad. Por tanto, me preocupé de avituallarme correctamente mientras mantenía un ritmo medio de pedaleo. El ánimo del numeroso público, el calor de todos los voluntarios en los puntos de avituallamiento y de control hacía que los kilómetros y minutos no pesasen. Para mi sorpresa, pronto me encuentro en el kilómetro 150 de pedaleo con el cuerpo aún rebosante de energía, y la mente lúcida recordando lo vivido pero temerosa a comenzar la maratón.

La bicicleta ha cumplido sin contratiempo mecánico y se merece descansar en la T2 (transición 2), después de 6 horas 40 minutos de trabajo continuo y solitario.

Todo mi temor se centra en la respuesta muscular tras calzarme las zapatillas y comenzar el trote suave, “como comiencen los calambres será una tortura”, pero mi temor se va convirtiendo en confianza cuando compruebo que metro tras metro puedo ampliar la zancada e ir restando kilómetros con una carrera alegre. Sin embargo, los años no pasan en balde, y ya son muchos los kilómetros recorridos en solitario durante los entrenamientos y otras pruebas deportivas para dejarme llevar por un estado de euforia que no hubiese acabado de otra forma que con fracaso deportivo. De hecho, y gracias, a mantener un ritmo uniforme y controlado, puedo superar, inmerso en la preciosa marisma, la distancia entre los kilómetros 20 y 25 de carrera, cuando llegó el momento de demostrar mi fortaleza mental para evitar comenzar a caminar y, posiblemente, convertir el final de la prueba en un sufrimiento continuo.

Aún así, a partir de ese kilómetro 25 de carrera, calculo que unas 10 horas de esfuerzo continuo, comienzo a experimentar sensaciones físicas y mentales que ninguna otra prueba deportiva ni personal me había aportado. Pero como los kilómetros eran previsibles, el organizador se había encargado de que las condiciones no lo fuesen. Es por ello que me encuentro con 2 kilómetros de arena blanda entre un hermoso pinar antes de afrontar el paseo marítimo que me lleva a pasar por zona de meta, pero restando aún 10 kilómetros para completar los 42,2 Km. de carrera.
Las emociones me superan al oír al público y pensar que el reto está prácticamente conseguido pero, como todo fondista conoce, la razón y el conocimiento propio deben imponerse a los sentimientos. Y vuelvo a sorprenderme, soy capaz de regular mi esfuerzo a sabiendas de que los 10 últimos kilómetros de carrera podrían hacerse insoportables.

¡Qué me alegro! Cuando llegamos al final del paseo marítimo y nos desvían hacia la playa, ¡más arena! ¡¡NO!! ¡Habían dicho que quitaban la arena y corríamos el final en el paseo marítimo! ¡Menos mal que regulé! ¡Durísimo! ¡Demoledor! ¡Arena dura en la orilla pero con mucha inclinación! ¡Soledad absoluta! ¡Tramos largos inevitables de arena blanda! ¡Sumamos 6 nuevos kilómetros de arena entre playa y zona de dunas!

De nuevo en el paseo marítimo, cada zancada acercaba más las luces y la voz del “speaker”, ya no eran zancadas eran batidos de alas, parecía que estaba tocando el agua del mar con los pies en esos momentos, como si el tiempo entre las 8.14 h. de la mañana y las 20.30 de la noche no hubiese existido a pesar de haber recorrido unos 224 kilómetros.

Si has llegado a este párrafo, eres de los que pueden imaginar lo que pasa por la cabeza en esos momentos y entenderás que la satisfacción personal es enorme al acordarte de la gente que te rodea en el día a día, de las personas a las que quieres. La vida toma sentido en sí misma y sabes que te conoces mejor, que has recorrido 226 kilómetros en tu interior durante 12 horas y 21 minutos.

¡El límite lo pones tú!


(Javier Gil es doctor en Educación Física y Triatleta)





                                                        Salida con las primeras luces.  



                                    El autor del reportaje en una imagen captada en otra prueba. 




Javier Gil (derecha) al final de la prueba.